jueves, 17 de mayo de 2012

Bellezas clásicas torturadas


A Daniel Martínez Pérez lo conozco desde hace mucho, mucho tiempo. Siempre me ha interesado su obra, la obra de alguien que aparentemente no la tiene porque no ha sido –apenas- expuesto, ni –apenas- proyectado, ni –apenas- escuchado. Y es que Daniel despliega su talento en diversas disciplinas. A Daniel lo conocí cuando formamos nuestro grupo de música: La Tragedia (Joaquín al bajo, Dani a la guitarra y yo voz y letra). En él está inspirado Gabi, el personaje de mi primera novela Buscando batería. Luego (después de nuestra historia en el grupo) descubrí que escribía. Y luego, más tarde, que dibujaba. Daniel realizó el mediometraje que se inspiró en mi libro de poesía Cortes publicitarios. Cuando le propuse la idea de hacer una adaptación visual él me respondió que ya había pensado en ello. No me extrañó lo más mínimo. Daniel es una de esas pocas personas con las que guardo una afinidad artística que roza el ciento por ciento. Casi todo lo que hace me habría gustado hacerlo a mí. Esto sería intolerable si no fuésemos amigos. Lo bueno es que él hace cosas que yo no hago habitualmente, de modo que su trabajo forma una especie de complemento del mío. Miro lo que hace y pienso me habría gustado hacerlo, pero no puedo. Y eso está bien. Creo que nuestros átomos estaban muy juntos en el momento del Big Bang y lo han seguido estando desde entonces (íbamos al mismo colegio, aunque la anagnórisis vino más tarde: los dos bebíamos cerveza bajo una noche de verano en Mazarrón, éramos jóvenes y ya estábamos locos). Ahora se produce una nueva coincidencia, una sincronía de esas que tanto gustaban a Jung y a Pauli. Yo escribo un post sobre el tacto y él me envía unas imágenes que forman parte de una serie: Belleza clásica torturada. Un título cojonudo, qué envidia. Yo las observo y me fascino. Pienso en La Venus rajada de Didi-Huberman, en su teoría de que la belleza mortecina de la Venus de Botticelli no puede entenderse sin las escenas salvajes de La historia de Natagio Degli Oreste. No creo que Dani haya leído ese libro, ni falta que hace. Sus antenas están bien dirigidas y captan el mensaje que él traduce a imágenes. La belleza es una apariencia, una actualización de una potencia que es víscera y carne. A poco que uno rasgue (y eso es lo que ha hecho Dani, rasgar las imágenes) la superficie de la belleza se encuentra con un cuerpo doliente. Daniel ha hurgado en las imágenes y ha encontrado la carne. Demuestra de este modo que una imagen es algo más que una superficie de dos dimensiones. Como Buñuel en la famosa escena de Un perro andaluz, Daniel le ha pasado la cuchilla a estas bellezas clásicas para mostrarnos lo que llevan dentro. Resulta curioso que estas imágenes me provoquen más espanto, me resulten más inquietantes que los cuerpos ‘reales’ carbonizados o desmembrados con los que a la sobremesa nos obsequia el telediario. Si hay una respuesta a ese asombro, creo que esa respuesta es el arte.







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