domingo, 6 de febrero de 2011

El discurso del rey

Ayer vi El discurso del rey. Está bien y tal. Es la película que uno hace para ganar un puñado de Oscars (más de dos y menos de cinco). Bienintencionada, con su poco de mala leche, con ese humor inglés que tanto nos gusta a los españoles. Lo que más me gustó de la película es la pared del logopeda. Hay una pared desconchada por la humedad, descascarillada por el tiempo y que parece haber sido pintada con todos los colores la escala cromática. Es como un cuadro de Pollock. ¿Existía el expresionismo abstracto en la década de los treinta? En ese caso (algo que ya sospechaba) el expresionismo abstracto es una redundancia. Esa pared es un enigma. O un símbolo. El único de la película. Eso sí, El discurso del rey ha aparecido en un momento muy oportuno. Es sociológicamente perfecta. La historia de un rey tartamudo que desea poder pronunciar un discurso y que se le entienda. Va genial con los tiempos que corren. Todos deseamos que el poder pueda expresarse, que deje de ser un ente huidizo y afásico, que se materialice ante nosotros para decirnos qué es lo que está pasando. Que estamos jodidos, básicamente. Pero queremos que nos lo digan, queremos que alguien aparezca delante de un micrófono o ante las cámaras aunque sea para pedirnos sacrificios. Es lo menos. Los espectadores salen de la película renovados, con la inconsciente esperanza de que algo así ocurra en la vida real. Y eso es lo que está pasando. Los políticos nos lo están diciendo. Y la película nos muestra que ese pequeño discurso que apenas dura dos minutos exige al gobernante un ímprobo esfuerzo, que debemos compadecernos de su rictus estreñido, que él preferiría jugar al polo o irse de caza o a esquiar, pero que aún así ahí está para mostrarnos la realidad desnuda porque es así cómo se hacen las cosas. Pobrecito.



2 comentarios:

Deseus dijo...

En un documental sobre Maquiavelo oí decir a Kisinger que la Objetividad -y mucho más en política- es la cosa mas sutil y difícil del mundo:es un hecho que
todos creemos saber como es la realidad, pero no nos ponemos de acuerdo sobre ella...(No basta saber la verdad, sino creer que la sabes, y mucha conviccion para defender esa creencia,especialmente
en el caso de que sea contraria a la conservación de la propia vida o de los propios privilegios...)
De los políticos que nos toca padecer se puede decir que les falta lo mismo que George Soros echa en falta en la economistas: la aceptacion pura y dura del
principio de incertidumbre, de la complejidad de los sistemas vivos de los que formamos parte. Pero el reconocimiento de esa inseguridad y de esa insuficiencia que lleva consigo ¿no es precismente lo contrario de lo que los políticos quieren representar ante nosotros? ¡Como si, muertos nuestro padre y nuestros dioses, y nuestro sentido de la sociedad, los necesitaramos realmente! Me parece una farsa
que aceptamos porque no conocemos otra mejor; y, si en mitad de "la crisis" a alguno que otro se le cayera la máscara, -o bien se la quitara voluntariamente -¿cómo
cambiaría eso las cosas?, es más ¿las cambiaría?... Seguro que ellos mismos se lo preguntan. Yo dudo de la respuesta. Estoy de acuerdo contigo, eso sí, en que
sería un espectáculo verdaderamente increíble...
En fin, no he visto la peli y seguro que, como en otras ocasiones, desbarro

hautor dijo...

Quitarse la máscara, decir las cosas tal y como son... Quizás a lo máximo que podamos aspirar es a cierta sinceridad. La película de la que hablamos se centra en el tartamudeo del rey y en la obsesión que dicho tartamudeo genera en la figura real. Me molesta la solemnidad a la hora de dar explicaciones por parte de nuestros políticos. Hay que apretarse el cinturón, se avecinan malos tiempos, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, etc. A algunos ciudadanos les basta con esto, incluso se compadecen del político que, pobrecito, debe asumir el papel de mensajero de las malas noticias. Me gustaría que uno de esos políticos subiera al estrado para decir, señoras y señores, lo que vamos a ahorrar en el recorte de sueldo de los funcionarios es lo que van a cobrar en su jubilación tan sólo tres de los dirigentes (nombres y apellidos) de los bancos españoles. Es sencillo, es económico, es real, es terriblemente verdadero. Pero, ah, desprovisto de épica.