jueves, 22 de diciembre de 2011

Listas en el caos

Hoy he encontrado una nueva pieza de puzle. Hay gente a la que le toca la lotería. Yo, ya saben, me tropiezo con piezas de puzle. Ha sido en la calle Santa Isabel, más o menos enfrente de la filmoteca.





Hacía tiempo que no me encontraba ninguna. Justo hoy que acababa de volver a ver Pi, fe en el caos. Yo no llego a tanto como el personaje de la película de Aronofsky. No creo en las variables ocultas. Creo que el sentido se hace al andar. Creo que ha sido una llamada de atención. Y es que nada más recoger la pieza me he dicho Javier, es Navidad, es el tiempo del turrón y las listas de los libros del año. Clement Rosset dice en lo Real y su doble que la realidad es idiota. Yo soy real y, por tanto, soy idiota. Es consolador llegar a esa conclusión usando un razonamiento lógico. Casi no parece un insulto. Gracias, Rosset. La realidad selecciona. Ahí está la teoría de la evolución y los colegios de pago. Por eso, aunque seamos idiotas, o quizás por eso mismo, seleccionamos. Y ahí va mi lista del año. Once libros, de todos lo géneros.

La biblia vaquera, Carlos Velázquez.
Ritual en la oscuridad, Colin Wilson.
Knockemstiff, Donald Ray Pollock
El rey pálido, David Foster Wallace
Adoración, Juan Andrés García Román
La cámara de Pandora, Joan Fontcuberta
Piercing, Ryu Murakami
El mapa y el territorio, Michel Houllebecq
Plop, Rafael Pinedo
Remake, Agustín Fernández Mallo
Ejército enemigo, Alberto Olmos




sábado, 26 de noviembre de 2011

Superposición coherente

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El monje se encierra en su celda. Se arrodilla. Confiesa íntimamente sus pecados. Lleva días rumiando una decisión, una decisión importante, tal vez la más importante de su vida. Ha pensado en los pros y los contras. Dios y el diablo se reparten equitativamente el triunfo de una u otra opción sin que el monje sepa con exactitud qué elección corresponde a cada uno ni en qué manos acabará disponiendo su alma. Los muros de la celda son de piedra. El monje eligió la celda de castigo por voluntad propia, un tabuco sin ventanas a cuyas paredes ha quedado adosado el humo de cientos de velas que iluminaron la vigilia de tantos pecadores. El monje ha recorrido todas las posibilidades lógicas, ha convertido su decisión, no en un laberinto, sino en un árbol cuyas ramas se bifurcan hasta el infinito, ese árbol constituyendo en sí mismo una imagen consistente de la divinidad. Nadie puede sorprenderlo en su celda. Él mismo pidió la llave y cerró la puerta por dentro. Fuera quedaron sus años de estudio, su pasado y la exigua felicidad que consintieron sus días. Sus lecturas. Solo Dios puede ayudarle a tomar esa decisión, a decantar la balanza hacia el lado adecuado. Como el ojo de la cerradura taladrado en la puerta, debe existir, piensa el monje, un orificio en el éter a través del cual no solo la escena que él protagoniza sino el drama íntimo de su alma resulte visible. Una puerta que solo dios es capaz de abrir. El monje espera que Dios se asome a ese orificio y decante con su visión la incertidumbre que le corroe y lo desespera.

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La computación cuántica se basa en el hecho de que una partícula subatómica puede estar en dos estados simultáneamente (un fenómeno conocido como superposición coherente). Así un electrón puede estar en un estado 0 y 1 al mismo tiempo. De este modo ocho electrones podrán ofrecer dos elevado a ocho resultados distintos a un observador. La dificultad de la computación cuántica estriba en dos extremos. El primero de ellos consiste en introducir un input que inicie el proceso computacional. El segundo reside en aislar el sistema de modo que ninguna interferencia externa produzca el colapso y ofrezca de este modo un resultado distinto al pretendido por el observador. Dicho observador desempeña la función de un operador que certifica el output, un output dentro de un conjunto de posibilidades múltiples. En consecuencia, la computación cuántica dista de ofrecer un resultado -output- unívoco a un input, por lo que su aplicación se limitaría a casos en los que la computación serial resulta ineficiente. El objetivo de la computación cuántica es la identificación de posibilidades dentro de un conjunto múltiple, algo similar a lo que ocurre con el cerebro de los seres humanos. En el cerebro el pensamiento transcurre en paralelo a través de diversos circuitos neuronales. La decisión final (el colapso del sistema) se produce en todo caso por selección dentro de un conjunto amplísimo de posibilidades, atendiendo a criterios tales como la coherencia y la supervivencia del propio organismo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

El cielo de Pekín



El cielo de Pekín es la primera novela de Miguel Espigado. Hay un peligro evidente en toda primera novela, peligro que se ve acrecentado si esa primera novela viene de la mano de alguien que ejerce (aunque sea muy bien, como es el caso de Espigado) la crítica literaria. Y ese peligro es el de introducir en las pocas o muchas páginas de la novela lo –siempre mucho- que uno sabe sobre literatura, algo así como mamá, mira lo que hago, y eso. No es el caso. Desde ya les aseguro que Miguel Espigado ha sabido sortear esta Caribdis y que el lector no se ve abrumado por pirotecnias ni alardes injustificados, que cada línea de esta novela está sujeta al aliento que anima el conjunto. Un conjunto fragmentado necesariamente puesto que son varias las historias que corren paralelas aunque al final concurran, pero eso es lo de menos, la concurrencia, digo, pues igual nuestro universo es hiperbólico y las paralelas no solo no se encuentran sino que por un punto exterior a un personaje transcurren infinitos.

Aparecen en El cielo de Pekín personajes occidentales (un marine, un profesor de español…) y alguno chino (Li Zheng, Yiyang…), residentes todos en Pekín, la capital de un estado que es una especie de Leviatán capaz de devorar con igual avidez e indiferencia la intimidad y la democracia. Me recordó en ocasiones esta novela a Piongyang, la historia gráfica de Guy Delisle. Como en la obra de Delisle hay una mirada crítica occidental a un estado totalitario. Me parece más complejo sin embargo el trabajo de Espigado. Hay un retrato del shock cultural y del adoctrinamiento, pero también una diversidad de personajes que señalan salidas posibles –aunque sean desesperadas- a un ambiente opresivo y apocalíptico.

Miguel Espigado describe y escribe bien, muy bien de hecho, sin privarse de algo tan importante como es el sentido del humor y la poesía (una poesía hecha de imágenes bellas, la única que conozco). Podemos reconocer algún guiño a la obra de Agustín Fernández Mallo, no solo por la estructura fragmentada sino por alguna imagen que parece sacada directamente del autor de la saga Nocilla (“preguntándose dónde acababa la carne y dónde comenzaba el photoshop” –cito de memoria-). Pero no hablamos de un epígono, ni mucho menos. Espigado toma de aquí y allá lo que le interesa y sigue su camino, un camino singular que termina por no parecerse a nada salvo a sí mismo. Hay guiños cinematográficos, guiños al cómic, pero, como decían los sabios griegos, nada de ello en exceso. Me gustaron todas las historias, me divertí con casi todas. Creo que el personaje del artista Li Zheng tiene algo de memorable. No acabaré diciendo eso tan manido de que en esta novela encontramos a un autor en ciernes que augura futuras obras de mayor cuajo. El cielo de Pekín no necesita verse refrendada por una obra siguiente, aunque, visto lo visto, es muy posible que así ocurra.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El vigésimo séptimo libro

En literatura, cuanto más adule el escritor al lector con su pelo sucio, hirsuto, graso, aburrido y a raya, más querrá este leerlo, correrá a comprarlo por miles de ejemplares y lo repasará como un talismán de mediocridad fraternal. Houellebecq mismo me lo había explicado una vez:

-Si quieres tener lectores, ¡ponte a su nivel! Haz de ti un personaje tan plano, borroso, mediocre, feo y vergonzoso como ellos. Ese es el secreto, Marc-Édouard. Quieres elevar demasiado al lector sobre la tierra, transportarlo al cielo de tu loco amor por la vida y por los hombres. Eso les acompleja. Eso les humilla y por tanto te evitan, te rechazan, y acaban por despreciarte y odiarte.

Michel tenía razón. Un best seller siempre tiene razón.

Decir que vivíamos en el 103, calle de la Convención, Michel y yo… Cada uno en un piso, frente a frente. ¡Teníamos la misma dirección! Ha cambiado de nombre desde entonces. Si viviera todavía allí, Houllebecq viviría en “14, calle Oscar-Roty”. No se sabe apenas quién era Oscar Roty… En las monedas de un franco fue él quien grabó al sembrador con gesto elegante, vestido con traje de baile en los campos con el sol ocultándose. Si uno se acerca la moneda a los ojos, puede verse su firma: O. Roty. Guardo una de recuerdo. Es sin dudarlo con una moneda de Oscar Roty que el Destino ha jugado nuestra suerte: “cruz, es Michel quien tendrá éxito. Cara, es Marc-Édouard…” Nada ha cambiado aquí, Michel. El patio sigue siendo triste y gris, a veces beige. Con un poco más de vegetación y unas cuantas palomas menos. Desde mi casa miro tu ventana. Tu ex-ventana. Yo vivo en la primera planta, tú lo hacías en la quinta. Ya entonces me sobrepasabas. Una pareja ocupó tu apartamento, una pareja como esas que sueles detestar en tus libros. El balcón está vacío y la luz se apaga temprano, no como en tu época. Acuérdate, Michel, que eras el último en apagar la lámpara antes de dormir… ¿Cómo habría podido yo imaginar que todo lo que escribiera (miles de páginas) no serviría para nada y que tú, por la tarde, volviendo a casa, reflexionarías sobre una o dos frases para anotarlas el fin de semana siguiente, y que eso bastaría para hacer de ti “el mayor escritor contemporáneo”?

(Le Vingt-Septième Livre, Marc-Édouard Nabe, traducción de Javier Moreno)

miércoles, 26 de octubre de 2011

Una película griega

He visto Margin Call. Es una película fría, con una escenografía minimal, perfecta para ser adaptada al teatro. Les diré lo que he visto. He visto grandes reptiles olfateando el aire y detectando el peligro, la llegada del meteorito. Y he visto a esos reptiles tomar conciencia de la extinción de muchos de ellos y tomar posiciones para no ser aniquilados. Los reptiles son inteligentes y saben que las catástrofes son inevitables. Lo único que puede hacerse es buscar refugio, huir del lugar del impacto antes de que sea demasiado tarde. Sí, Margin Call es una película donde los dinosaurios desempeñan papeles shakesperianos y donde la sangre corre a raudales a través de la fibra de vidrio. Todos hacen lo que es debido. Así son las tragedias. Es el destino, y el fátum son los mercados. No hay consolación. El deus ex machina ha ido a engrosar las listas del paro.






miércoles, 28 de septiembre de 2011

La poesía y el fútbol explicados a los niños

Qué es poesía. O qué es literatura. O qué hace que una jugada de fútbol sea mágica. Las tres cosas tienen que ver con algo en común, con la violación de un axioma perceptivo y, como todos los axiomas, indemostrable: el tiempo real.

¿Qué dura un instante? Podría responderse con una obviedad, que el instante dura lo que dura. Pero así no vamos a ninguna parte, no pasamos de la quinta línea de esta entrada. Esto no es el Twitter. Sería un fraude. Un instante está hecho de contracciones, como el parto. El yo flota habitualmente en el tiempo. Podríamos decir que ‘se deja llevar’. Cuando nos dejamos llevar es cuando a las siete de la mañana tomamos la barra de pan y luego el cuchillo y cortamos dos rebanadas y las metemos en el tostador y esperamos un par de minutos durante los cuales abrimos el frigo y cogemos la leche y… No sigo. Esto no es literatura. Ya se han dado cuenta. Eso es el ‘tiempo real’. Lo mismo da prepararse el desayuno que diseñar una planta embotelladora. Lo que hace que surja la chispa del arte es cuando el tiempo, la duración del instante, se demora, pareciendo al espectador, al lector, que la acción se alarga más allá de lo previsible produciendo un excedente en forma de asombro. Es como meter más tiempo en el tiempo, que es lo mismo que decir que el tiempo acaba convertido en espacio. Parece un eslogan publicitario. Pero funciona. Y ello se consigue contrayendo instantes, acumulando gestos en un solo gesto, imágenes en una frase. El artista, cualquiera que sea su dominio, funciona por acumulación, de manera que el contenido de su arte puede derivarse dos, tres, cuatro veces. Messi es capaz de realizar en un segundo lo que ningún otro jugador. Un buen poeta es capaz en dos versos de subvertir la aparente linealidad del lenguaje. Ambos son como uno de esos insectos capaces de acumular en sus dos días de vida experiencias suficientes para redactar una extensa biografía si la naturaleza les hubiese dotado con el don de la escritura. Entre tomar el pan y acercarle el cuchillo para cortar la rebanada la mosca que sobrevuela el espacio de la cocina ha detectado al menos una docena de sustancias comestibles, su pequeño cuerpo se ha desplazado siguiendo el dibujo de una espiral y en su minúsculo cerebro ha cobrado fuerza la idea de que su supervivencia depende de su capacidad para esquivarnos.


Zito, el Mago (Miroslav Holub)

Para divertir a su majestad real, él podrá cambiar el agua
en vino.

Ranas en lacayos. Escarabajos en mayordomos. Y hacer un ministro de una rata. Se inclina y de la punta de sus
dedos nacen malvas, y un pájaro parlanchín se posa en
su hombro.

Ahí.

Inventa algo diferente, exige su majestad real. Piensa en una estrella negra. Así, él inventa una estrella negra. Inventa agua seca. Y él inventa el agua seca. Piensa en un río atado con banda de paja. Y así lo hace.

Ahí.

Entonces llega un estudiante y dice: inventa un seno de alfa más grande que uno.

Y Zito se torna pálido y triste: Lo lamento terriblemente. El seno está entre más uno y menos uno. No se puede hacer nada al respecto. Y deja el gran imperio real, toma su camino en silencio a través de la multitud
de cortesanos, hacia su hogar en una

cáscara de nuez.




miércoles, 21 de septiembre de 2011

Novela blanca

El bien y la felicidad no requieren justificación. Es conocido el díctum de que con los buenos sentimientos no puede hacerse buena literatura. Y es cierto. A nadie se le ocurriría intentar novelar la cadena de actos que conducen a alguien a adoptar un perro desahuciado (salvo que dicha adopción constituyera un acto de redención). Ningún escritor en su sano juicio hallaría en el acto de regalar una flor a una enamorada un motivo para componer una novela de quinientas páginas (¿por qué lo hizo, qué le condujo hasta ahí?, etc). Es el mal el que pone en marcha el mecanismo de lo narrativo, con su cadena de preguntas a las que se busca dar respuesta. Al mal se le buscan las causas, nunca al bien. Esto es lo que hace que la gente lea novela negra y que no haya ningún género llamado ‘novela blanca’, aunque ahí va la idea por si a alguien se le ocurre algo interesante con ello.

Leí hace poco la novela El adversario, de Emmanuel Carrère, una novela que recuerda ciertamente a A sangre fría, de Truman Capote. Lo que me interesa de ambas novelas no es el género documental, la investigación –acerca del- criminal sobrevenida literatura sino el hecho de que el criminal entienda de un modo más o menos consciente que el escritor puede redimirle de su crimen. Y no hablo de una redención ultramundana, sino la única redención a la que podemos aspirar, la de un relato coherente del que seamos protagonistas, el de nuestra vida. Hace poco leí en la magnífica novela de Houellebecq El mapa y el territorio una justificación en boca del autor para optar por el enterramiento y no por la incineración. El argumento venía a ser que el hombre es un ser que aspira a un destino singular que lo aleja definitivamente de la naturaleza. La lápida vendría a ser entonces la carta de ajuste de la historia de una vida. Pues algo parecido pasa con Emmanuel Carrère en relación a su persona(je) Jean-Claude Romand, un criminal capaz de acabar con la vida de su mujer, hijos y padres, un hombre capaz de engañar durante años a sus familiares y amigos haciéndose pasar por quien no era en realidad. Lo apasionante de la propuesta de Carrère es que la escritura del libro se propone desde el inicio como un pacto a través del cual Jean-Claude Romand podrá acceder a las claves de su vida, es decir, llegar a conocerse a sí mismo a través de la escritura de Carrère:

Cuando le pedía detalles sobre su vida en la cárcel, tampoco era más concreto. Me daba la impresión de que no se interesaba por la realidad, sino solamente por el sentido que se oculta detrás de ella, y de que interpretaba como un signo todo lo que le sucedía, en especial mi intervención en su vida. Se declaraba convencido «de que la forma de ver que un escritor tiene de esta tragedia puede completar y trascender ampliamente otras visiones, más reductoras, como las de la psiquiatría u otras ciencias humanas», y porfiaba en persuadirme y persuadirse de que «toda recuperación narcisista» estaba «lejos de su pensamiento (al menos consciente)». Entendí que contaba más conmigo que con los psiquiatras para hacerle inteligible su propia historia, y más que con los abogados para hacerla comprensible al mundo. Esta responsabilidad me aterraba, pero no era él quien había venido en mi busca, yo había dado el primer paso y consideré que debía atenerme a las consecuencias.

Siempre me ha interesado la idea de que el crimen y la narración están –para lo bueno y para lo malo- estrechamente relacionados. Dejando a un lado el hecho evidente de que la retórica estuvo vinculada al inicio (hablo de Grecia y Roma) con la práctica forense, estoy convencido de que en toda trama se esconde una historia de redención ante algún crimen (explícito o no), un crimen que se ejecutó, que se realiza ante los ojos del lector o que se prepara para un futuro. La trama argumental se soporta en una lógica causal que guarda parangón con la investigación criminológica (¿por qué, para qué, con qué medios?). Ante ello siempre he dejado clara mi postura, mi apuesta por la inocencia de todo acontecer y, por tanto, la imposibilidad de redención. La trama argumental no es probablemente sino una estructura heredada de la tradición judeocristiana. Qué le vamos a hacer, soy un pagano. A todo esto la novela de Carrère merece mucho la pena.

lunes, 19 de septiembre de 2011

La tasa Moreno

Nunca como durante estos días he lamentado tan profundamente no ser multimillonario. Y no hablo solo por el dinero, que también, sino por el hecho de conseguir que una tasa llevara mi nombre. Sí, imagino un nuevo impuesto para los ricos: la tasa Moreno. Sería mi manera de asegurarme un hueco en los libros de historia. Podría morir en paz. Mientras eso ocurre aguardo que algún rico español dé un paso adelante y se ofrezca voluntario (al igual que han hecho otros multimillonarios en otros países) para apadrinar dicha tasa. Espero sentado, claro. Botín ya dijo que no le gustaba la vuelta del impuesto sobre el patrimonio. Con él no contamos. Me dan envidia los países que tienen ricos altruistas. Hacen que, por contraste, España me parezca un país deplorable. Es deplorable un país que se mantiene cohesionado -y para de contar- por la liga de fútbol y por el turismo. Todos sabemos que dos patas no dan estabilidad a ninguna superficie, aunque tenga forma de piel de toro. Incluso la liga de fútbol española se ha convertido en una metáfora de la ruptura del pacto social que consistía en el que los ricos ganaban dinero pero sin que el egoísmo les hiciese olvidar que tenían que dejar algo al resto de la población, aunque fuese lo justo para tomar un kebab e ir al cine. Están el Madrid y el Barça; y el resto a repartirse las sobras. Parece que está muy mal hablar de las diferencias de clase. Es de mal gusto. Lo que mola es hablar de las diferencias de género y del equipo favorito. Marx se olvidó de ello y por eso su pensamiento ha caído en descrédito. Yo es que estoy muy que muy preocupado por la clase media española porque son 170000 y son una minoría. Pobrecitos.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Aviso

Leo esta noticia en el suplemento ON MADRID, de El País. Una sala de cine norteamericana se ve obligada a colocar un cartel avisando a los posibles espectadores de El árbol de la vida de aquello a lo que pueden enfrentarse y para lo que -tal vez- no estén preparados. Creo que debería hacerse lo mismo con algunos libros. Sería honesto por parte de las editoriales, ahorraría disgustos a lectores incautos e, incluso, podría conseguir llamar la atención de los que buscan algo distinto. Esto es very cool, señoras y señores. Vade retro lectores con taparrabos.

Nos gustaría recordar a los clientes que EL ÁRBOL DE LA VIDA es una película única, visionaria y profundamente filosófica dentro del ámbito del cine de autor. No sigue una aproximación narrativa lineal al modo tradicional. Animamos a los clientes a leer acerca de la película antes de optar por verla, y para aquellos que decidan hacerlo, por favor, háganlo con mente abierta y conscientes de que los cines Avon no siguen ninguna POLÍTICA DE DEVOLUCIÓN una vez pagado el tíquet para ver la película.

jueves, 8 de septiembre de 2011

El árbol de la vida

He visto El árbol de la vida, de Terrence Malick, y no puedo decir de qué va. Eso ya me parece algo positivo. Lo cierto es que mi visionado fue cuanto menos extravagante. Empecé a ver la película a la altura de mi tercer ruso blanco y el alcohol creo que ayudó a que me dejara llevar. De Malick había visto anteriormente La delgada línea roja. Bueno, no del todo, porque dejé de interesarme por ella cuando quedaban diez o quince minutos, cuando aparece una historia de (des)amor epistolar y cursi que no entraba ni con calzador en la película, hasta entonces interesante. Me gustó el narrador impersonal de la película, esa fusión de los personajes y sus circunstancias con la naturaleza, esa voz en off implícita, mezcla de Lao Tse y de Homero. Ese experimento tiene continuidad en El árbol de la vida. Yo ya había visto algunas escenas de esta película. Las llevo viendo hace tiempo. Es cierto. Cuando me imagino siendo director de cine (me imagino haciendo muchas muchas cosas, tal vez demasiadas) ruedo escenas como las de El árbol de la vida. Hace unos años me habría enfadado que alguien se me adelantase. Poco a poco voy comprendiendo que hay que ser generoso y permitir a los demás que tengan sus propias ideas, aunque en realidad sean tuyas. A lo que iba. En El árbol de la vida aparece lo macrocósmico y lo microcósmico y el pasado (una escena con dinosaurios) y no sé si el futuro (el futuro casi siempre resulta irreconocible aunque uno lo tenga delante de las narices). En El árbol de la vida lo importante es el contexto (esa sustancia porosa que incluye los planetas y las galletas María y las células de nuestro cerebro y que los perezosos llaman dios). Aquí lo humano no es sino una parte del flujo de la naturaleza y hay momentos en los que la película se transforma en un documental donde el montador hubiese confundido Cosmos con El mundo submarino –Cousteau- y Jurassic Park. Para volverse loco. Cuando me di cuenta llevaba quince minutos sin dar un trago a mi ruso blanco. Y eso significa algo. Significaba que estaba en medio de una experiencia estética de nivel 8 en la escala Bach (las Goldberg variationen vendrían a ser algo así como The Big One). Y eso es mucho. Me ha pasado pocas veces. Que recuerde, con Tarkovski y Bergman. Tal vez con Kubrick y Coppola. Para colmo estaba viendo una copia pirata (no hagan eso muchachos) doblada al ruso y subtitulada al castellano. Lo máximo. Los que me conocen saben de lo que hablo y podrán imaginar mi éxtasis. Era como ver una película perdida de Tarkovski con el ruso Brad Pitt como protagonista. El tiempo y las distancias geográficas se habían abolido. Para celebrarlo volví a dar un sorbo a mi ruso blanco. El arte empieza en el momento en el que el tiempo de lo narrado se distancia del ‘tiempo real’ y en El árbol de la vida dicha distancia se alarga hasta el infinito. Por lo demás no sé de lo que va la película. Ni falta que hace. Tengo la sensación de haber contemplado un espectáculo hermoso que fluía ante mis ojos como un río. Quizás la vida no sea más que eso.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Cameo Coconut con Telesketch


Aquí el relato incluido en el dosier de la revista Quimera en su número de verano acerca de las series de televisión. Yo elegí Museo Coconut. Ahí va:

Me gusta mi Telesketch. Nunca tuve un Scalextric, algo que marcaba (tenerlo o no) la infancia de un niño criado en los ochenta. Scalextric o no Scalextric, futbolín de hierro o de madera (de hierro, obviously)… Más aún que las opciones políticas (ah, ¿pero sigue existiendo eso?), maneras de estar en el mundo, materia de psicoanálisis, inconmensurabilidad de weltanschauungs. A falta de otras atracciones de campanillas mi infancia se territorializó en el Telesketch. Como un ciego con el tacto. Como una pastorcilla con sus vírgenes. El tiempo y la mucha experiencia me han hecho de alguna manera un maestro del artilugio. Una vez, a los quince años, participé en un concurso intercentros de Telesketch. Fue en Murcia. Al ganador le obsequiaban con un Spectrum. Gané. Me enviaron a casa el premio. El Spectrum desplazó durante un tiempo mi pasión por el Telesketch. Pero el Telesketch no era una aventura. Las veleidades e intermitencias de la vida sirven para descubrir el cogollo o la piedra madre que conforman a una persona, algo que el común de los mortales llama carácter. Y el Telesketch, descubrí hace tiempo, forma parte de mi carácter. Me gustan los concursos absurdos, como El premio Planeta y el de Miss Universo. Emilio ganó en su pueblo el premio de ‘Jóvenes Cortitos’ al mejor cortometraje. Me gusta Emilio. Uno no debería venirse a Madrid sin el salvoconducto de un premio de provincias bajo el brazo. Qué menos. Rosario está plantado en jarras ante un grupo de visitantes del Museo Coconut. Tras él hay un par de cuadros. Reta a los visitantes a que adivinen cuál de ellos es de Pollock y cuál de Rothko. Nadie levanta la mano. Nadie dice nada. Tras unos segundos de espera Rosario dice que es normal, que a todo el mundo le pasa. Que la única diferencia es que el primero usa manchas de pintura mientras que el otro dibuja franjas de colores, banderas de países africanos que todavía nadie parece haber descubierto. Onofre, que anda cerca, guiña sus ojos tras las gafas de culo de vaso, y dice que ese cuadro es igualico que la camiseta del equipo de fútbol de su pueblo. Rosario responde que no sabía que Onofre fuese africano. Luego se ríe de su propio chiste de esa forma que recuerda a la de un cerdo atragantado. Me gusta Rosario. Rosario sabe más que nadie de arte moderno. Sabe, por ejemplo, que Gaudí, Tàpies y Barceló son encarnaciones de un mismo artista cuyo espíritu los posee alternativa o sucesivamente. Hay un niño en Sri Lanka que se reparte el espíritu con los anteriores. Produce cuadros matéricos y esculturas que imitan formas grotescas de la naturaleza. El niño, a pesar de no haber salido nunca de su pueblo, habla un catalán perfecto. Tal suceso paranormal unido a su arte lo habilita como sucesor del chamán de su pequeña comunidad. Quizás algún día ese niño de Sri Lanka acabe exponiendo en un museo importante como el Centro Pompidou o el Reina Sofía. Dibujo con mi Telesketch mientras veo el capítulo de Museo Coconut. Improviso. Me supongo un artista moderno que quiere exponer en las paredes de este museo. Me encantaría que don Jaime, el director del museo, organizara una exposición con obras de arte producidas con Telesketch y que alguna de ellas fuera mía, naturalmente. Iría a visitarlo a su despacho. Lo pillaría, como siempre, amorrado a su botella de whisky. Dejaría que la escondiera debajo de la mesa de su despacho y, haciendo la vista gorda, le hablaría del proyecto. Le mostraría el diploma que me acredita como ganador del premio intercentros, firmado por el director de la compañía Borrás. Don Jaime reiría cerrando mucho los ojos y me diría que tenía gracia la cosa, que un juguete que borraba las imágenes con solo agitarlo fuese comercializado por una compañía con ese nombre. Yo sonreiría y le diría que sí, que a veces la vida tenía esas cosas y que algunas circunstancias encajaban las unas con las otras procurando una ilusión temporal de sentido. Mis palabras tendrían el efecto de borrar la sonrisa de don Jaime (como si don Jaime fuese él también un dibujo de Telesketch). De hecho don Jaime me miraría ahora con una seriedad excesiva, como si de repente le hubiese dejado de interesar el proyecto o como si el proyecto le interesase pero fuera yo el que ya no le interesara en absoluto. Me devolvería el diploma y me diría con una voz desabrida que ya me llamaría. Antes de despedirme le diría que, pasara lo que pasara con el proyecto, me encantaba su manera de ser idiota, que había una extraña y humorística perfección en su cinismo. Ahora sigo dibujando mientras Onofre y Emilio se sientan en el sofá de su refugio para ver un nuevo capítulo de Maricón y Tontico. Entonces pienso que sí, que la política sigue existiendo, que Museo Coconut es una serie eminentemente política y que Maricón y Tontico son una alternativa idiota y hedonista al instinto político encarnado en el capitán de la Bounty Onthebounty. Me gusta el bigote de maricón. Me los imagino a los tres en Calblanque. Me gustaría pasearme este verano por las playas paradisíacas de Calblanque y encontrarme a Tontico encaramado a una palmera oteando el horizonte y a Maricón y al capitán de la Bounty Onthebounty acaramelados en la cala Dentoles, retozando desnudos entre lirios de mar. Dibujo con mi Telesketch una palmera, dibujo un lirio de mar y luego dibujo un bañador de Adolfo Domínguez. Me doy cuenta de que he dibujado mi bañador. En cuanto uno se descuida acaba introduciéndose dentro de la ficción. Es lo que pasa con la ficción, que cabe todo en ella. Incluso la realidad más gruesa. El hecho de haber dibujado mi bañador de Adolfo Domínguez convierte a mi bañador en un objeto ficticio. Estoy deseando que llegue el verano para darme un remojón con mi nuevo bañador ficticio. La verdad es que estaba bastante cansado de mi bañador real. Lo abandonaría allí para que alguno de aquellos personajes lo encontrara y se preguntara cómo había llegado aquel objeto hasta allí, y quién era aquel Adolfo Domínguez. ¿Otro náufrago? ¿Un antiguo conquistador? Antes de desaparecer de escena escribiría con el dedo sobre la arena húmeda de la playa la frase: La realidad y la ficción guardan extrañas coincidencias. Una frase que desaparecía barrida por la marea (al mar le interesan poco las certezas que uno tenga) antes de que cualquiera de ellos acertara a leerla. Tras abandonar el despacho de don Jaime éste recibiría una llamada de Miss Coconut para interesarse por el progreso del museo. Don Jaime le diría que se le ha ocurrido una idea buenísima, algo nunca visto, ni siquiera en el MOMA: una exposición realizada a base de dibujos hechos con Telesketch. Mis Coconut parece meditar unos segundos en la pantalla, vuelve la cabeza y ve a su hijo Zeus que en este mismo momento se dedica a esbozar un retrato de su madre con un Telesketch, el típico monigote consistente en un palo atravesado por otros cuatro que simulan las extremidades y culminado por un círculo que hace las veces de cabeza, como un palillo pinchando una aceituna. Miss Coconut mira a su hijo con una mezcla de desprecio y compasión y finalmente le dice a don Jaime que es la idea más estúpida que se le haya podido ocurrir a cualquiera, tan estúpida –nueva mirada hacia Zeus- que podría atraer a una cantidad considerable de público y que eso la convierte en la mejor idea que ha tenido desde que viene siendo director del museo. Y cuelga. Don Jaime se queda con el auricular en la mano y una sonrisa idiota congelada en los labios. Don Jaime acaricia el éxito. Piensa organizar la exposición de dibujos de Telesketch y, por supuesto, no piensa llamarme. No me importa. A don Jaime le encanta robar ideas y a mí me gusta que me las roben. Mis ideas tienen tendencia a abandonarme, y en eso se nota que son ideas mías. Me ocurre lo contrario con las de los demás, que se me pegan y solo con dificultad logro desprenderme de ellas. Por eso me gusta el Telesketch, porque habla de la impermanencia y la fugacidad de las cosas. El Telesketch tiene algo de oriental, aunque lo inventara un francés. El Telesketch es la versión occidental del jardín de arena zen. Acaba el capítulo de Museo Coconut y yo agito la pantalla, arriba y abajo. Poco a poco desaparecen las imágenes: Maricón y Tontico, el lirio de mar… Es extraño que lo último en desaparecer sea el logo de Adolfo Domínguez. Lo agito una vez más. Hasta que desaparece el último rastro. Me gusta ver cómo las cosas surgen del vacío y regresan a él. Es mi carácter.

martes, 30 de agosto de 2011

Doppelgänger Gang Bang







He aquí una antología en la que me ha apetecido mucho mucho participar. Solo hay que ver el resultado. Más información aquí.

sábado, 20 de agosto de 2011

JMG encuentra a JMJ

Hoy he asistido a un acontecimiento extraordinario. He visto a uno de esos jóvenes seguidores del Papa… solo. Si algo me ha quedado claro estos pocos (pero largos) días de peregrinaje por mi barrio es que estos jóvenes se mueven en grupos, preferentemente bajo alguna insignia o símbolo (banderas, sobre todo) que identifica su procedencia. La creencia es una cosa de masas, nadie inventa una religión para uno mismo y los santos y los dioses buscan en la religión una forma de hacer amigos. Y lo consiguen, aunque sea a título póstumo. Pues, como decía, he visto a un integrante de la JMJ solo, sin nada que permitiese averiguar su lugar de origen. Mientras tanto sonaban las aspas del omnipresente helicóptero que martiriza (término muy apropiado) a los ciudadanos de Madrid (he fantaseado, confieso, con derribar ese helicóptero unas cuantas veces). Daba pena, el chaval. Igual venía de Londres o de Albacete y había perdido la brújula del kit de peregrino, trucada para que el norte señale a Cuatro Vientos (un nombre que ya es en sí mismo una brújula). He imaginado que el helicóptero andaba a la búsqueda de la oveja descarriada. Se perdió a la salida del kebab, tardó demasiado en el baño... No sé. Me dieron ganas de preguntarle oye, qué haces solo como un lector o un onanista o un anacoreta, o todo ello junto, en este portal de la calle Embajadores. Aunque quizás era un desertor, alguien que medita y pone en duda sus convicciones o, peor, un conspirador. No sé pero me suscitó ternura. Y es que los hombres solitarios casi siempre suscitan ternura.

martes, 12 de julio de 2011

Encuentros con Alma

La literatura tiene, pese a todos sus sinsabores, cosas realmente hermosas. A propósito de Alma han ido apareciendo múltiples reseñas, salvo excepciones -pocas, y sin duda necesarias. Al fin y al cabo una estética encuentra su definición y sus fronteras a través de un juego de fuerzas de afinidades y diferencias-, positivas, algunas entusiastas. No voy a citar aquí ninguna, no por desagradecimiento a los críticos y los autores que se han pronunciado acerca de ella, sino porque no quiero que este blog se convierta en adelante en un medio publicitario de mi(s) novela(s). Cualquier interesado puede encontrarlas en la página de facebook que creó la editorial o -más democrático- con una sencilla búsqueda de Google. Solo haré una excepción. Se trata de la lectura que ha hecho de Alma el artista y crítico Luis Francisco Pérez. Tengo que decir que a Luis Francisco lo conocí hace poco. Coincidimos en la presentación del último libro de un amigo común. Nos tomamos algunos gintónics, hablamos de arte y literatura, fumanos en la -puta- calle, como mandan las ordenanzas. Coincidimos en algunos gustos literarios. Hubo desacuerdo en otros. Me sorprendió, sobre todo, que un artista plástico se desenvolviese con tantísima solvencia en el mundo -cada vez más complejo- de la literatura. Prometió hacerse con mi novela y leérsela. Y lo hizo. Al poco tiempo recibí un correo con un mensaje adjunto donde figuraba (aproximadamente) la lectura que acaba de publicar en su recién estrenado blog. No le concedo tanta importancia a la anécdota de nuestro encuentro sino al hecho de que la lectura de Luis Francisco me parece la más cercana y atinada de las que he leído acerca de mi novela. Un acto de generosidad por su parte al que solo puedo corresponder con mi mayor agradecimiento.


http://juegodelasdecapitaciones.blogspot.com/2011/07/alma-de-javier-moreno.html

domingo, 26 de junio de 2011

Butes, de Pascal Quignard

Hay algo en la escritura de Pascal Quignard que produce asombro. No hay nadie que escriba como él. Esta afirmación -para bien o para mal- resulta una obviedad en casi todos los casos, pero es que en el caso particular de Quignard esa singularidad tiene que ver con la reunión de todos los tiempos (como si su temporalidad no tuviese casi nada que ver con la del resto de los mortales), con la reunión de todos los temas, no en un solo tema ni en un solo tiempo, sino en un tejido que los abarca a todos y que devuelve una imagen de una densidad fascinante. No hay metáfora, no hay alegoría, sino una serie de signos que se remiten los unos a los otros y cuyo único fin parece ser el de urdir la maravilla.

Para nombrar sin demasiadas pretensiones el pensamiento llamémosle "la reunión". El pensamiento es lo que reúne a los ausentes, las palabras, los argumentos, las impresiones, los recuerdos, las imágenes. Así como la reunión supone la unión, el pensamiento supone la madre. Para nombrar la madre decimos la atadora. Donde se encuentra la seirén. Vieja sirena que se desliza en el seno de un viejo canto continuo de base 2. Sonoro senil que premastica la lengua como la boca ancestral premastica la comida que va a regurgitar sobre los más recientes para permitirles sobrevivir. La música en este caso, una vez abandonado el mundo del agua y su penumbra, una vez que el humano ha emergido chorreante sobre la orilla pulmonada, en el sol del nacimiento, se vuelve una apostasía del lenguaje que será adquirido progresivamente en el mundo externo y su respiración.

Pascal Quignard, Butes, Sexto Piso

lunes, 13 de junio de 2011

Rómulos y Remos

Esto va de mayorías y de minorías, de Rómulos y Remos. Va de que no puede ser tolerable que un partido que obtiene -es un decir- el 5% de los votos no obtenga representación política. No sé si alguna vez el sistema de Hondt de reparto de cargos políticos tuvo sentido, lo que sí es seguro es que se trata de un vestigio infumable en un mundo donde existen las redes sociales y el sentido común. En la actualidad se produce un conflicto entre la presentación de grupos (nacidos espontáneamente -o no- a través de la red) y su representación política. No creo, como en algún momento llegara a afirmar Pessoa, si quiera de forma irónica, que la votación subitánea a cargo de toda la población (algo posible desde el punto de vista de los nuevos medios tecnológicos) pueda sustituir a la política en la toma de decisiones. La política exige cierta demora, cierto decalage entre la aparición de un problema y su intento de resolución por parte de la sociedad afectada. Hay que reflexionar, hay que recabar información, actuar con la cabeza fría. Probablemente la política y el 'tiempo real' sean incompatibles, salvo que optásemos por la dictadura de lo efímero, algo que conduciría a un vértigo legislativo que quizás ninguna sociedad sea capaz de tolerar. Pero no es de recibo que se siga manteniendo un régimen sacrificial donde el poder se detenta a costa de silenciar a millones de ciudadanos. En los antiguos mitos abunda la presencia de gemelos. Uno de ellos casi siempre es sacrificado por el otro, sacrificio que coincide con la fundación de una ciudad. Los estados parecen haberse construido y mantenido a lo largo de la historia sobre un cadáver (un soldado desconocido, o no tanto). Pero esto no tiene por qué seguir siendo así. Si los políticos no obran en consecuencia es posible que la revolución les pase por encima, que los partidos se conviertan en polvo barrido por el viento de las multiplicidades en busca de una -nueva- representación.

miércoles, 8 de junio de 2011

Una recomendación

"El votante no quiere grandes hombres, atractivos, cultos e imponentes, no quiere gente subida a un pedestal, quiere políticos que se parezcan a ellos, que sean ellos. No quiere lo otro, quiere lo mismo. Es la ilusión democrática de la igualdad, o más bien del igualitarismo; es la perenne mentalidad pequeñoburguesa con su miedo a la alteridad, la exaltación de la identidad y la sustitución de la politica por una manera de estar, por un talante. Nadie debe despuntar, por eso no hay nada más satisfactorio, nada que alimente más la fantasía del pueblo llano, que derribar a cualquiera que sobresalga en su pedestal, humillar y hasta despreciar. La cultura no es cool, la inteligencia no está de moda, la admiración es un sentimiento despreciable que ha sido sustituido por la envidia. Lo que prima es la picardía y los corrillos de influencia. Se admira la astucia y la falta de escrúpulos, la mezcla de ambición y carencia de cualidades".


Raúl Eguizábal, El estado del malestar (capitalismo tecnológico y poder sentimental)

domingo, 5 de junio de 2011

El balcón I

Me asomo al balcón. Me fijo una vez más en ese azulejo que dice que los Reyes Católicos transitaban hace cinco siglos por el salón de mi casa. Más o menos por la misma época el Cardenal Cisneros se asomó a mi balcón (o al balcón que precedió al mío, o al anterior del anterior) y señaló con el dedo extendido a sus tropas apostadas en la Plaza de la Paja al grito de ‘éstos son mis poderes’. No recuerdo el motivo ni a quién se lo dijo, pero es que la historia está hecha de olvidos. La historia al parecer está llena de gente asomándose a los balcones y señalando acontecimientos con el dedo. Yo estoy en mi balcón contemplando la jardinera de la que brotan los geranios. Nunca he sabido si las jardineras hay que colgarlas por dentro o por fuera de los balcones. Es una duda que me acucia. Miro los balcones de los vecinos. En todos, las jardineras cuelgan de la parte de adentro. En todos menos en uno. Esta falta de unanimidad me llena de desconsuelo. La luz del sol se refleja en la pared de la Iglesia de San Andrés y me obliga a entornar los párpados. Me asomo a la terraza de la Plaza de los Carros y veo las mesas ocupadas por los clientes. La superficie metálica de las mesas lanza destellos. A esta distancia el efecto es parecido al espejeo de las olas bajo la luz de un mediodía de agosto. Y en el centro de la ola, quiero decir, de la terraza, veo al actor Jordi Mollà. Está solo. Lleva un jersey de tonos ocres y el pelo peinado hacia atrás. Mollà va con gabardinas (en invierno) y en general viste como si siempre hiciera frío. A mí Mollà me parece muy elegante en la vida real. Me extraño cuando veo una película en la que sale Mollà y llueve y es invierno y no lleva gabardina. Entonces me digo que ese actor no se parece en nada a Mollà. Aquí, en la vida real, Mollà lee algo. Me protejo de la luz usando la mano a modo de visera, como un vigía encaramado a una carabela. Es un puñado de folios sujetos con canutillo, así que debe ser un guión. Dan ganas de bajar y sentarse a la mesa de al lado y echar un vistazo por encima de su hombro para averiguar de qué va la película, para aconsejarlo. A lo mejor es un guión de Greenaway, o de Almodóvar. Yo creo que Mollà quedaría bien en una peli de Almodóvar. Eh, Almodóvar, ¿por qué no llamas a Mollà? Otra cosa es que Mollà quisiera actuar en una peli de Almodóvar. Tendría que llevar una gabardina roja o verde moco y ser gay o estar a punto de serlo o haberlo sido o, más meritorio, ser un gay encerrado en un cuerpo despampanante de mujer que solo se enamora de hombres a los que repugna la sola idea del coito anal. Una catástrofe. Hay algo que me fascina de Mollà, y no son sus ojos o la facilidad con la que encuentra mesa en la terraza de la Taquería del Alamillo, no. Lo que me fascina es que un catalán viva en Madrid y sea feliz. Cuando veo a Mollà me parece un hombre satisfecho, adaptado al barrio y a la práctica habitual del castellano. Aunque siempre cabe la sospecha de que, como buen actor, finja a la perfección el papel de catalán residente en Madrid y sin embargo feliz. Se le mire por donde se le mire, Mollà me sigue pareciendo un enigma.

jueves, 2 de junio de 2011

Cadenas de búsqueda


amor

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muerte

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¡Oh, muerte!, ¿dónde está tu victoria?

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lunes, 30 de mayo de 2011

Firma en la FLM


Este sábado día 4 a partir de las seis y media de la tarde estaré firmando ejemplares de Alma en la caseta de Lengua de Trapo, es decir, en la número 339, junto a la entrada de O'Donnell (O'Donnell es un nombre que me gusta mucho. Debería haber más calles con ese nombre). Se agradecerá la presencia y el saludo. No hay por qué comprar el libro. Ningún libro. También se puede dar de comer a las ardillas de El Retiro (sigue habiendo ardillas en El Retiro?).






sábado, 21 de mayo de 2011

'Alma' en CTRL+ALT+SUPR

Enlazo la columna de Agustín Fernández Mallo de esta semana en El Cultural. Valoro sobremanera la generosidad de Agustín al hablar de mi obra en una columna que no suele tratar de libros. Tampoco pretende ser una crítica literaria. Es la opinión de un autor sobre otro autor. Nada más -y nada menos- que eso.


jueves, 19 de mayo de 2011

Seamos jacobinos

Valle-Inclán decía que había que instalar una guillotina en la Puerta del Sol. Como en tantas otras cosas Valle-Inclán era un visionario. Aquí nunca tuvimos nuestra guillotina, como mucho un garrote vil para castigo de bandidos y homicidas. En este país ni el aristócrata ni el político ha tenido nunca nada que temer del pueblo y eso ha sido decisivo en nuestra historia. Ya lo creo. La mayor aportación de Francia a la humanidad no ha sido el borgoña ni la postmodernidad sino la guillotina. Los políticos se acostumbraron a no responder ante el pueblo sino ante una justicia demasiado blanda con sus desmanes. Siempre pensé que la tarea política era de una responsabilidad insuperable, una especie de monacato, algo que no tiene nada que ver -salvo la rima consonante- con el boato ínsito al oficio que se exhibe en la actualidad. Claro que, al parecer, la política ha vuelto a sus orígenes, a la calle. Los políticos profesionales no parecen darse cuenta de que han quedado fuera de juego, que la política no son esos mítines preprogramados de velódromos y plazas de toros que se exhiben encapsulados en los telediarios como un triste espectáculo. La política ha vuelto increíblemente a las plazas. Pero esta revuelta haría mal en centrarse solo en pedir cambios electorales y olvidarse de la justicia. Hay que imponer justicia severa contra los políticos corruptos, pero también contra ciertos empresarios, economistas, etc. Llamemos a las cosas por su nombre, dejemos de usar palabras como 'sistema' o 'mercados'. Es necesario poner nombres a la ignominia. Seamos, al menos, discretamente jacobinos.

jueves, 12 de mayo de 2011

Presentaciones


Este viernes 13 presentaré mi última novela Alma en el centro cultural La Azotea, de Murcia, a las ocho y media de la tarde. Me acompañarán, además del editor Fernando Varela, Alfonso García-Villalba y Alejandro Hermosilla. Y, de oca a oca, el lunes 16 habrá presentación en la librería Tipos Infames de Madrid, a la misma hora. Allí estaré arropado por Carlos Pardo y Luna Miguel. No seáis desalmados. Nos vemos entre libros y vinos.

sábado, 30 de abril de 2011

Normalización

Nueva entrada en opinión de Culturamas.

domingo, 24 de abril de 2011

La importancia de una imagen

Vi Inside Job, la película documental de Charles Ferguson. Es un buen trabajo. Algo confuso, tal vez. Agradecí haber investigado hace algún tiempo acerca de los Hedge Funds y el 'apalancamiento'. Desde entonces a mis alumnos siempre les pongo un ejercicio de examen sobre apalancamiento, para que sepan lo que es, para que no se apalanquen. Lo digo aquí, en público. Eh, chicos, tenéis un punto asegurado. Solo hay que visitar este blog. Resulta reconfortante -e irritante- ponerle cara a algunos de los delincuentes más peligrosos del planeta: dirigentes de agencias de calificación, de productos derivados, profesores de economía, etc. Creo que es importante. El capitalismo salvaje -aprecien la calidad del epíteto- se aprovecha de la fluidez, una fluidez que desdibuja los rostros. Se habla de 'el sistema' abusando de la metáfora fantasmática, quizás para que olvidemos que el sistema tiene cabezas. Esto me recuerda a Los Once, la impresionante novela de Pierre Michon, donde un pintor retrata en un cuadro a los cabecillas de la Revolución Francesa. La intención del encargo es similar al ánimo de Ferguson, mostrar que el poder y el terror revolucionario tenía un rostro al cual acusar. No es baladí el asunto de la imagen del poder. Ya he afirmado alguna otra vez en este blog que en una época donde la visibilidad tiende a convertirse en un dominio absoluto, el poder tienda sin embargo (de acuerdo a una lógica aplastante) a rehuir la evidencia. El ejercicio fílmico de Ferguson es modesto, pero no por ello menos importante.

viernes, 22 de abril de 2011

Analógico y digital




Últimamente no dejan de llegarme novedades sobre revistas de un tipo y del otro. Analógicas y digitales. Por un lado saludar un nuevo número de la revista de poesía HACHE, esta vez con un fomato distinto (HACHE transmigrando al cuerpo pequeño pero analógicamente hermoso de LA NAVAL). Por otro, dos nuevas revistas digitales, una (330 ml) dedicada exclusivamente a la crítica literaria; y la otra, Dylarama, que va de... Bueno, uno deja de preguntarse de lo que va en cuanto lee cualquiera de sus entradas. Podéis encontrar como siempre los enlaces en el apartado 'Neurotransmisores'.














martes, 12 de abril de 2011

El origen de la melancolía

Al perder su valor de uso, las cosas alienadas se vacían, adquiriendo significaciones como claves ocultas. De ellas se apodera la subjetividad, cargándolas con intenciones de deseo y miedo. Al funcionar las cosas muertas como imágenes de las intenciones subjetivas, éstas se presentan como no perecidas y eternas. A estas reflexiones hay que añadir que en el siglo XIX (no digamos el XX [1]) aumenta en una cantidad y ritmo hasta entonces desconocidos el número de las cosas 'vaciadas', pues el progreso técnico deja constantemente fuera de circulación nuevos objetos de uso. (Walter Benjamin, Libro de los pasajes)


[1] Esta nota es mía.




sábado, 9 de abril de 2011

Capitalismo&Literatura (notas para un ensayo sobre una religión de(l) libro)

Este artículo se publicó originalmente en el número 328 de la revista Quimera.


CAPITALISMO & LITERATURA

Notas para un ensayo sobre una religión de(l) libro

Por Javier Moreno


Si Zizek ha tratado en algunos de sus ensayos de practicar algo así como un psicoanálisis del cine de Hollywood[1], confiado en la literalidad de su naturaleza de ‘factoría de sueños’ (no personales sino colectivos), con el fin de extraer de sus latencias conclusiones ideológicas y políticas, no es menos cierto que dicho método se puede extrapolar al ámbito literario.

Sin duda la literatura pone en juego –de palabras– los anhelos y los miedos, los síntomas -evidentes o no- de los temores del cuerpo social. El capitalismo –sus usos y costumbres– se filtra a través de los poros (basta recordar los objetos que ocupan los primeros planos de El séptimo continente, de Haneke, y que terminan poseyendo, como seres dotados al fin y al cabo de alma, a la familia protagonista del filme) y las retinas y acaba adquiriendo una dimensión espectral que oscila entre los extremos de lo salvífico y lo terrible. El autor (escritor, en el caso que nos ocupa) transmutará ese espectro en alabanza o exorcismo, llevado por su moral particular o por el capricho de la pluma. Este pequeño estudio se propone el objetivo de mostrar algunas variantes de dicho espectro en la literatura contemporánea, un fantasma que recorre no Europa sino el mundo entero, y que está condenado a transitar buena parte de la literatura fuera y dentro de nuestras fronteras.


1. Viva el mal, viva el capital

Quién no conoce o ha oído hablar de Patrick Bateman, el protagonista de American Psycho[2], el diabólico yuppie de Wall Street. “Trabajo en Pierce&Pierce”, anuncia a sus hermosas víctimas antes de despedazarlas con la escrupulosa meticulosidad de un forense. Patrick actúa metódicamente (no cabe esperar otra cosa de un cerebro formado en Harvard): desgarra, eviscera, mutila, quema… Procede con los cuerpos de sus víctimas por división y combustión. La superficie de su apartamento queda convertida en la mesa del arúspice. Efectivamente, Bateman lee su destino en las vísceras de sus víctimas. En ocasiones éste consiste en coger un vale y cambiarlo por una caja de cereales. El destino en el mundo del capital no admite mayores heroicidades. Bateman ha perdido la profundidad simbólica, vive en un mundo hecho a base de índices (bursátiles y semióticos). Bateman no ve una camisa, ve Armani, no ve un bolso sino Hermès. Dioses dispensadores de aura, las marcas constituyen asimismo un lenguaje sin posibilidad de metáfora. El lenguaje capitalista es aquí un lenguaje escindido, sin conectores analógicos; las palabras cohabitan desprovistas de sintaxis en la chistera dadaísta. Patrick replica a través de su peculiar arte cisoria el mundo que le rodea al tiempo que hace uso de éste para aniquilar todo aquello que no forma parte de dicho mundo y cuyo epítome viene a ser el omnipresente mendigo. Easton Ellis revive a Jack The Ripper dotándolo de un aspecto nada previsible: es inteligente, es rico, es guapo. Tengan mucho cuidado.


2. La red social

En La conquista del aire[3] Carlos, un empresario en apuros, pide un préstamo a sus amigos Marta y Santiago. El préstamo funciona como un sistema estresante (el estrés como fuerza instituidora de cohesión social ha sido convenientemente estudiado por Sloterdijk en su trilogía Esferas) al que se van añadiendo amigos y parejas de la tríada principal. Belén Gopegui, la autora de esta novela, transita así de la microesfera de lo personal (fundada en una larga y sólida amistad) a la macroesfera de lo económico, componiendo, como es habitual ella, una novela dialógica que descapitaliza no sólo el discurso económico sino la propia narración en términos de personajes principales y secundarios. El sistema económico capitalista es puesto en cuarentena por Gopegui a través de una estrategia opuesta a la de Easton Ellis. Si este último muestra la alienación del yuppie que sólo puede apropiarse del placer a través del sacrificio de la víctima, la autora madrileña transmuta la usura en una “ampliación de capital” humano basado en la complejidad creciente de las relaciones entre los personajes, unum inter pares. Estrategia semejante es la que lleva a cabo Victor Hugo Mae en El apocalipsis de los trabajadores[4] , novela escrita completamente en minúsculas (un intento de democratización del lenguaje) que proporciona luz y contraste a aquéllos que normalmente pasan desapercibidos en el discurso económico y literario. La limpiadora por horas y el paleta ucraniano pasan a un primer plano en igualdad de condiciones que sus amos. La economía sumergida deviene literatura emergente a través de una reorientación del punto de vista de esa superestructura capitalista que es la fruición escópica.


3. La morada del Deus absconditus

Eric, el protagonista de Cosmópolis[5], de Don DeLillo es un gran inversor que entra de buena mañana a su limusina con la intención de cortarse el pelo. La limusina está provista de monitores y pantallas que muestran en tiempo real tanto la evolución del mercado como el entorno urbano por el cual transita el personaje. El interior de la limusina se convierte así en una especie de panóptico y Eric en una encarnación del deus absconditus capaz desde ese pequeño rincón de tumbar bancos y empresas según su arbitrio. Los datos que pueblan sus monitores son el anticipo de la realidad, no el reflejo de ella. A este respecto DeLillo hace decir a su personaje “Es el cíber-capital el que crea el futuro […] Porque el tiempo es ahora un activo corporativo. Pertenece al sistema de libre mercado. El presente es difícil de encontrar. Ha sido absorbido fuera del mundo para dejar espacio al futuro de los mercados descontrolados y del enorme potencial de las inversiones. El futuro se ha hecho insistente. Esa es la razón por la que algo ocurrirá pronto, tal vez hoy”. Eric se deja llevar por el capricho. Lee poesía y conversa con el resto de personajes que pueblan la novela siguiendo una lógica a menudo absurda. Como el dios de los gnósticos, Eric se mantiene al margen de la realidad. Avatar del mercado, Eric gobierna un mundo sin hacerse presente en él (de hecho Eric vive en el futuro, tiempo inaccesible para el resto de mortales). En esta ocasión será el miserable, el mendigo, la némesis de Eric; como si la novela de Delillo se convirtiese de alguna manera en el segundo asalto de American Psycho, en su posibilidad de revancha.

Pero la escritura del mercado, una escritura de índices (de índices del tiempo futuro, como bien demuestra Eric) admite rectificaciones, errores. En este sentido conviene recordar a Chip, personaje de Las Correcciones, de Jonathan Franzen[6] , contratado por un político lituano para modificar una página web que invertirá los datos económicos de la economía lituana con el fin de atraer a inversores americanos (y cumplir de este modo una venganza contra la economía de mercado que llevó a su país a la ruina). Se confirma así el mito gnóstico según el cual el mundo procede de la copia errada de la escritura divina. La –mala– copia queda convertida en la novela de Franzen en un acto de rebeldía, de reordenamiento del mundo que lo aproxime a cierto ideal de justicia.


4. Diversion macht frei

Degradado el ‘dasein’ del presente como categoría temporal (convenimos que en la bola de cristal del capitalismo no vemos nuestro presente sino el futuro que se avecina), convendría añadir que no sólo el tiempo, sino que también el espacio del capitalismo admite nuevas leyes y técnicas de agrimensión simbólica. A la desincronización (los relojes del consumidor y del bróker, definitivamente, no marcan la misma hora) se añade la distopía. Aeropuertos, parques temáticos… Dejan de ser índices del espacio circundante (espacios hechos para contemplar) para convertirse en singularidades que rompen con la continuidad del espacio-tiempo social. Ningún otro espacio como el así llamado ‘parque temático’ para mostrar lo que decimos. El parque temático deslocaliza el sitio donde se erige. Se trata de un espacio cerrado en sí mismo cuya función es recrear un espacio-tiempo distinto (la América colonial del siglo XVIII en Asfixia[7] , el cuerpo humano en Derrumbe[8] , Villa Verano en Hilo Musical[9], el PreHistoric Park de El trepanador de cerebros[10] o el Marina D’or de El Dorado[11]) del habitual y cuya esencia reside en el hecho de que en él todo está sobredeterminado, nada está descuidado al azar, convirtiéndose el visitante en un mero transmisor de los deseos que unas cosas sienten por las otras, en un transeúnte de itinerarios prefigurados –antípoda del flaneur que preconizara Walter Benjamin- a cambio de lo cual obtendrá un placer contenido lejos de la linde del shock, emocional o estético. “Este es el problema más grave de los parques temáticos históricos. Siempre dejan fuera la mejor parte. Como el tifus. O el opio. O las letras escarlatas. Hacerle el vacío a alguien. La quema de brujas”[12]. De ahí que si el parque temático aparece en la literatura es para mostrarnos personajes que son al mismo tiempo una rasgadura del gestell temático. Las maneras de alterar el orden son diversas, bien a través de la introducción de drogas y sexo (así ocurre en Asfixia, Hilo musical y El Dorado), bien desobedeciendo las normas (El trepanador de cerebros) o, más radical todavía, provocando la voladura del recinto (Derrumbe).


5. Es la estupidez, idiota

Lejos de la figura nietzschiana ideada por DeLillo aparece Sherman McCoy, el memorable corredor de bolsa de La hoguera de las vanidades[13]. A Tom Wolfe le interesa menos desentrañar la vis metafísica del capital que mostrar el papanatismo de lo políticamente correcto. Digamos que en la novela de Wolfe el personaje sirve al lector como guía para reconstruir la sociedad neoyorquina del momento donde el mal no es privativo de “los amos del universo” sino que puede extenderse sin dificultad al periodista o al representante de la comunidad afroamericana. McCoy, de hecho, se metamorfosea ante los ojos del lector pasando de tiburón de las finanzas a víctima del sistema judicial, como prueba de que hasta los ángeles más próximos al dios del dinero deben estar atentos, que el menor descuido puede propiciar la caída. De nuevo nos movemos en el contexto de la cosmovisión gnóstica. El mal no anida en el higienizado universo de Wall Street (dollars non olet). El mundo hiperuránico de la Bolsa es sencillamente amoral. Por tanto no puede ser juzgado. Lo que la sociedad no perdona no es la ganancia fácil o la especulación descontrolada sino que se ataque (siquiera involuntariamente, como es el caso de Sherman) a las reglas explícitas de lo políticamente correcto. El pecado de Sherman es haberse aproximado demasiado a la tierra. Tom Wolfe demuestra en su novela que existe algo tanto o más poderoso que el dinero: el papanatismo.


6. ¿El corazón del capital?

François Emmanuel renueva en La cuestión humana[14] el mito conradiano de El corazón de las tinieblas. El director de la filial de una multinacional de origen alemán parece haber enloquecido. Es al psicólogo de la empresa, encargado de la sección de recursos humanos, a quien se le encomiendan –cual a un Marlow remozado– las investigaciones necesarias para aclarar el caso. Durante dicha investigación saldrán a flote oscuridades que nos retrotraen a la Alemania nazi de los años 40. Emmanuel pone sobre la mesa en esta novela el vínculo del sistema capitalista con el fascismo. Optimización, motivación de los cuadros dirigentes, despido del remanente de mano de obra… Son ideas fundamentales del sistema de producción que encuentran su isomorfismo en el régimen nazi. El autor huye, sin embargo, de la asociación fácil a través de una trama llena de matices que convierte este pequeño libro en un referente indiscutible a la hora de tratar literariamente el universo empresarial corporativo.


7. El pacto fáustico

En nuestro país han aparecido recientemente dos novelas que tratan el tema de la empresa y que ayudan de algún modo a paliar la escasez de obras centradas en un asunto de creciente relevancia en el día a día del ciudadano. Una omisión que admite excusa en el caso de nuestros escritores más alejados de los postulados realistas –los menos- pero difícilmente justificable en tantos otros que demostraron su interés por elaborar historias centradas en la contienda civil y en sus secuelas, incluida la transición. Tanto Barriga[15], de David Barreiro como El alquiler del mundo[16], de Pablo Sánchez, se adentran por los vericuetos del mundo empresarial. Aunque con distinto acierto (más exhaustivo y complejo en el caso de la de Pablo Sánchez) ambas novelas son protagonizadas por personajes que queman sus naves en el ara del éxito profesional. La familia e incluso el individuo en su faceta más personal acaban siendo sacrificados en el insaciable altar del Moloch corporativo. Una variante del pacto fáustico parece estar detrás del comportamiento de dichos personajes. Se adivinan tiempos mejores en el pasado de De Miguel (Barriga) y César (El alquiler del mundo), momentos de calma familiar en el bello paraje de la playa portuguesa de Barriga -el primero- y sesudos estudios de filosofía –el segundo-. Pero ambos acabarán asumiendo los dictados del capital (que no necesita ningún papel firmado con sangre, sino que su letra –no necesariamente impresa- se acaba filtrando en las consciencias como el virus lingüístico que atenazaba a Burroughs) y llevándolo hasta sus últimas consecuencias. Si existiera una Leyenda dorada dedicada a recopilar la hagiografía de los ‘santos’ mártires del capital, no cabe duda de que De Miguel y César acompañarían a Sherman McCoy en el índice de tan ilustre prontuario.


8. Teología económica

Tal variedad de tratamientos del universo económico podría hacer que nos preguntáramos por la raíz común de todos ellos, algo que nos llevaría inevitablemente a la esencia de la economía. Centrándonos en el tema que nos ocupa quizás la cuestión más acuciante sea si la economía, tanto global como en su especificidad corporativa, admite una representación literaria consistente y completa. Siendo el capital en esencia un sistema de flujos monetarios que conforma niveles de realidad de complejidad creciente (desde lo emocional hasta lo político) se hace difícil pensar que ’la gran novela’ del capitalismo sea otra cosa que una fantasía crítica. Sí existen, como se pretendió mostrar hasta aquí, representaciones parciales que dan cuenta de su polimorfismo. ‘Novelas pese a todo’, diríamos, parafraseando un conocido título de Didi-Huberman. Es la propia Belén Gopegui quien reconoce la aparente paradoja de que “sólo cuando el socialismo trata de someter a la literatura ésta muera, mientras que cuando el capitalismo diariamente la somete, condiciona, penetra, compra, seduce, alecciona, eso en nada afecta a su salud”[17].

Giorgio Agamben analiza en El reino y la gloria[18] cómo en algún momento la teología económica ganó preponderancia sobre la teología política. El poder es un lugar vacío y la gloria no se consigue sino a través de la propagación y el intercambio de ese vacío en una delegación sucesiva sin principio ni fin. El capital podría asimilarse así a una angeleología, con sus demonios y sus seres luminosos, con su infierno y su paraíso. El dios del capital –el mercado- es un dios desconocido. El inversor, su demiurgo, atiende a su voz y garabatea con signos errados en ese texto llamado mercado continuo. Después de todo y, pese a quien pese, el capitalismo parece ser una –otra más- religión de(l) libro.


[1] Véase Goza tu síntoma: Jacques Lacan fuera y dentro de Hollywood, Nueva Visión, 2004 o The true Hollywood left en http://www.lacan.com/zizhollywood.htm [2] American Psycho, Bret Easton Ellis, Ediciones B, 1992. [3] La conquista del aire, Belén Gopegui, Anagrama, 1997. [4] El apocalipsis de los trabajadores, Victor Hugo Mae, Alpha decay,2010. [5] Cosmópolis, Don Delillo, Seix Barral, 2003. [6] Las correcciones, Jonathan Franzen, Seix Barral, 2002. [7] Asfixia, Chuck Palahniuk, Mondadori, 2001. [8] Derrumbe, Ricardo Menéndez Salmón, Seix Barral, 2008. [9] Hilo musical, Miqui Otero, Alpha Decay, 2010. [10] El trepanador de cerebros, Sara Mesa, Tropo, 2010. [11] El Dorado, Robert Juan-Cantavella, Mondadori, 2008. [12] Asfixia, pág 27. [13] La hoguera de las vanidades, Tom Wolfe, Anagrama, 2006. [14] La cuestión humana, François Emmanuel, Losada, 2002. [15] Barriga, David Barreiro, InÉditor, 2010. [16] El alquiler del mundo, Pablo Sánchez, Destino, 2010. [17] Literatura y política bajo el capitalismo, Belén Gopegui, 2005 en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26876 [18] El reino y la gloria, Giorgio Agamben, Pre-textos, 2010.

miércoles, 6 de abril de 2011

Alma, restos de alas


Texto publicado originalmente en el blog de la editorial Lengua de Trapo.


"Alma nace como respuesta (es un decir, nadie empieza a escribir una novela para responder a una pregunta, no se escribe una novela como quien redacta un examen) a la pregunta por la intimidad y, por tanto, del sujeto. ¿Qué es lo que nos conforma? ¿Somos un álbum de fotos, las opiniones que de nosotros tienen los amigos y los enemigos, un perfil de Facebook? Quizás la intimidad no es aquello que creíamos. Quizás la intimidad ha dejado de ser un presupuesto para convertirse en una tarea que tiene que ver más con las palabras que con la salvaguarda de ciertas imágenes. Quizás la intimidad ya solo sea un reducto inencontrable salvo en los libros, un privilegio de escritores, un objeto precioso. Esta novela, como Rosas, restos de alas, de Pablo Gutiérrez, podría ser un libro de instrucciones (Cómo ser J. M., Cómo ser P. G.), los pasos a seguir para fabricarse un alma (un alma es, por ejemplo, un archivo de palabras e imágenes, una carpeta de ordenador organizada en categorías siguiendo un esquema tan absurdo como el de la enciclopedia china de Borges), un alma –casi- freeware, fotocopiable, a disposición de cualquiera. Esta novela, como se verá, responde sobre todo a una voluntad democrática. Por varios motivos:


1.- Todas las almas valen lo mismo, la del autor y la de los personajes.


2.- Lo minúsculo se equipara con lo trascendente. De hecho lo minúsculo es ascendido a la categoría de trascendente.


Por otra parte está la pregunta de si merece la pena seguir escribiendo ficción en un mundo que vive instalado en ella. Se ha hablado mucho sobre el tema y esta novela –qué esperaban- no es una respuesta definitiva, sino otra manera de reformular la pregunta.


Y, nunca insistiré lo suficiente, no, no soy el director de El País."

viernes, 25 de marzo de 2011

Richard Yates


He leído la novela de Tao Lin publicada por Alpha Decay. Puedo decir varias cosas acerca de ella. Que está bien escrita. Que es extraña. Y, sobre todo, que da mucho miedo. El miedo que sentí al leer El extranjero o American Psycho. Un miedo que es el peor de los miedos, porque es aquel que se mete en el cuerpo sin que uno se dé cuenta. Como el frío de una montaña o el gas en una mina, algo que puede hacernos perder los dedos de una mano o saltar por los aires. Pienso en Haneke. En Haneke lo importante no son las elipsis temporales. En Haneke lo que importa es la elipsis de los sentimientos. En esta novela ocurre todo lo contrario. Es un cóctel de nihilismo y sensiblería de parvulario. Hay mucha invalidez emocional en esta novela. Es como ver caminar a alguien sin brazos ni piernas. Revela que la adolescencia, como el abril de Eliot, es la edad más cruel. Que todos somos adolescentes (algo que ya intuíamos). Que la pureza es un campo de concentración. Es una novela cruel y hermosa. Te hace odiar al autor. Te dan ganas de compadecerlo. Te hace seguir creyendo en la literatura.

viernes, 4 de marzo de 2011

Remake


Remito enlace de la reseña del último libro de Agustín Fernández Mallo en revistadeletras.

El hacedor (de Borges), Remake.

viernes, 25 de febrero de 2011

Ida y vuelta



La videovigilancia posee un doble movimiento, uno centrífugo y otro centrípeto. El centrípeto: La diversidad del mundo adquiere unidad en la forma de un objetivo (la cámara o el ojo del vigilante) atento a nuestros movimientos, al contenido de nuestro equipaje o nuestra conciencia. Resulta en cierta medida placentero ser objeto de atención, dejar de ser onda (un fulano que trabaja y compra y duerme y desayuna tomates raft con aceite de variedad arbequina) para devenir corpúsculo bajo la lente monitorizada del vigilante. Estoy aquí, soy vuestro, tras miles de años de evolución y selección genética, éste es mi cuerpo, al alcance de la más moderna tecnología. El vigilado se presta a la vigilancia con la docilidad encubierta de un Edipo que quiere saber quién es en realidad. En lugar de ‘conócete a ti mismo’: ‘me conozco a través de vuestra mirada’. Durante unos segundos nuestra inocencia queda en suspenso. Bajo la lente vigilante todos somos potenciales criminales. A quién no le resulta excitante sentirse criminal al menos durante un momento. Casi tan emocionante como la posterior absolución en forma de ‘puede usted tomar su equipaje y seguir adelante’, ‘puede seguir conduciendo, está claro que no ha bebido’, ‘puede seguir apreciando el arte de estos cuadros ya que no parece querer llevarse a casa ninguno de ellos’. El centrífugo: el cuerpo captado por la cámara se desmaterializa. Un paseo por una calle de Madrid puede convertirse en un espectáculo gratificante para un antípoda sentado frente a su ordenador cansado de sortear con su pick up a los canguros. Nuestra imagen viaja a velocidad lumínica a través de cables de fibra, en un viaje de ida y vuelta hacia los satélites artificiales. El cuerpo se resuelve en ubicuidad, deja de ser material para convertirse en pura energía (el máximo exponente de esta transformación sería la estrella pornográfica) y, por tanto, se espiritualiza.

domingo, 6 de febrero de 2011

El discurso del rey

Ayer vi El discurso del rey. Está bien y tal. Es la película que uno hace para ganar un puñado de Oscars (más de dos y menos de cinco). Bienintencionada, con su poco de mala leche, con ese humor inglés que tanto nos gusta a los españoles. Lo que más me gustó de la película es la pared del logopeda. Hay una pared desconchada por la humedad, descascarillada por el tiempo y que parece haber sido pintada con todos los colores la escala cromática. Es como un cuadro de Pollock. ¿Existía el expresionismo abstracto en la década de los treinta? En ese caso (algo que ya sospechaba) el expresionismo abstracto es una redundancia. Esa pared es un enigma. O un símbolo. El único de la película. Eso sí, El discurso del rey ha aparecido en un momento muy oportuno. Es sociológicamente perfecta. La historia de un rey tartamudo que desea poder pronunciar un discurso y que se le entienda. Va genial con los tiempos que corren. Todos deseamos que el poder pueda expresarse, que deje de ser un ente huidizo y afásico, que se materialice ante nosotros para decirnos qué es lo que está pasando. Que estamos jodidos, básicamente. Pero queremos que nos lo digan, queremos que alguien aparezca delante de un micrófono o ante las cámaras aunque sea para pedirnos sacrificios. Es lo menos. Los espectadores salen de la película renovados, con la inconsciente esperanza de que algo así ocurra en la vida real. Y eso es lo que está pasando. Los políticos nos lo están diciendo. Y la película nos muestra que ese pequeño discurso que apenas dura dos minutos exige al gobernante un ímprobo esfuerzo, que debemos compadecernos de su rictus estreñido, que él preferiría jugar al polo o irse de caza o a esquiar, pero que aún así ahí está para mostrarnos la realidad desnuda porque es así cómo se hacen las cosas. Pobrecito.



sábado, 22 de enero de 2011

When you're Strange

Creo que los Doors son el mejor grupo de música de la historia. Sé que es estúpido establecer un escalafón sea cual sea el arte del que hablamos, pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Lo afirmo. Insisto. Ningún otro grupo puede comparársele. Precisamente porque eran algo más que un grupo de música. Los Doors eran imperfectos (la torpeza de Robby Krieger, la proverbial falta de técnica vocal de Jim Morrison) y eso forma parte de su perfección. La perfección, a quién le importa.
He visto When you're strange. No me ha gustado. No me gustó su formato historicista (esto ocurrió primero, esto después...), la insistencia en contextualizar el grupo en el momento histórico que les tocó vivir, en intentar desvelar si Jim mostró o no su miembro al público en Miami. Creo que un grupo así y una figura como Jim Morrison sólo se entienden desde el anacronismo. A los Doors sólo se les entiende desde William Blake, desde Rimbaud, desde la tragedia griega. Los Doors son un grupo antiguo, intemporal, quiero decir. Son el coro con el que el que habría soñado Esquilo. Creo que lo relevante en Jim Morrison no es su inteligencia y su sensibilidad sino su magnetismo animal y su naturaleza dionisíaca. No sé si alguien podrá hacer alguna vez un buen documental sobre los Doors. Creo que no, que son inexplicables. Que parte de la magia del grupo estribaba en la imposibilidad de dar un concierto tal y como entendemos esa palabra. Sus directos no eran recitales sino la domesticación imposible de la ebriedad de su cantante, el intento de tres músicos de poner orden en el desconcierto de las palabras. Uno no puede dejar de sentir esa tensión en cada uno de sus directos. Se siente la fascinación ante lo imprevisible, del mismo modo que uno asiste estupefacto ante un fenómeno de la naturaleza incapaz de someterse a un calzador de constantes y variables. Los Doors hicieron del grito su metafísica, antes de que el heavy llegara para domesticarlo.