martes, 14 de julio de 2009

Leibniz y la caracola

En la playa me quedo observando las toallas de los bañistas. Pero no en su diseño, ni en el estampado. Espero (tumbado en la mía) a que se levanten para fijarme en las concavidades que el peso de su cuerpo (su ausencia) ha dejado sobre ellas. Cada una de estas superficies curvadas (superficies diferenciales, en términos matemáticos) se corresponde con un modo particular de la ausencia. Mientras ellos disfrutan de su baño (yo lo hice hace tan sólo unos minutos) pienso en el vacío que sus cuerpos dibujan sobre ese pedazo de tela. Docenas de funciones de r2 en r3 a mi alrededor. Hasta que de repente un niño regordete sale del agua con algo en la mano. Un objeto que deposita sobre su toalla, justo al lado de la mía. Una caracola que acaba adornando el entrecejo del pequeño Simba que exhibe una sonrisa perenne bajo el sol castigador de este mediodía. De pie contempla su obra unos instantes. Luego la vuelve a tomar para devolverla al mar. Mientras tanto, yo pienso en esa pequeña modificación de la curvatura. En esa nueva y minúscula ausencia. Y en la necesidad de los infinitesimales en las matemáticas.

2 comentarios:

Héctor Castilla dijo...

Javi ¿tú recuerdas que estás de vacaciones? Bien, pues PARAAAAAAAAAAAAAAAAAAA...
Je, je, je...no tienes remedio.
H.

Javier M. Calvo Martínez dijo...

Pues a mi, el niño saliendo del mar con la caracola, más que a Leibniz, me recuerda a “El señor de las moscas”, de Sir William Golding. Ya sabes, Ralph, Simon, Piggy, Jack y sus cazadores. El mito del “buen salvaje” eclipsado por el “homo homini lupus” de Plauto, Hobbes y otros tantos. Ten cuidado, que se empieza con niños que recogen caracolas en la playa, y se termina cazando cerdos salvajes e imponiendo la ley del más fuerte a golpe de lanzas de madera y violencia descarnada.

Un placer seguir tu blog. SALUd ¡!