sábado, 18 de julio de 2009

Festival Cre-acción

Pego aquí el texto que preparé para el Festival Cre-acción, en Yecla, y que pretende ser una reflexión acerca de la literatura electrónica.


Blogs, literatura digital y una mínima propuesta para este milenio


Me gustaría comenzar esta charla desviándome o, más bien, centrando de otra manera el objetivo de esta misma ponencia. Se trata de marcar una linde entre dos términos que pueden parecer sinónimos pero que, a mi parecer, no lo son. Hablo de literatura electrónica y de literatura digital. Aunque ambos términos están relacionados, creo que merece la pena hacer una distinción previa. La diferencia fundamental sería la posibilidad de que el texto pueda ser intervenido y/o modificado por el receptor, es decir, el lector. Pondré un ejemplo. Un texto colgado en una página web podría catalogarse como literatura electrónica pero no como literatura digital. No pretendo ser original en esta taxonomía. En realidad me remito a ideas y conceptos de uso común en la reflexión estética, vinculadas sobre todo al ámbito de la imagen digital. La literatura digital sería por tanto, como ocurre en el blog y en el hipertexto, aquella parte de la literatura electrónica que incluye entre sus virtualidades la interrelación con el lector.

Del mismo modo que hablamos de imagen digital, creo que deberíamos aplicar idéntico término a la literatura que se propaga a través de los nuevos soportes (estos sí, electrónicos). Lo digital -una parte, al fin y al cabo, de lo electrónico- es aquello, sin embargo, que se contrapone a lo analógico. Algo que casi todo el mundo tiene claro cuando nos referimos al mundo de la imagen. ¿Pero cuál es la diferencia esencial entre ambos sistemas de representación/creación cuando nos restringimos al ámbito de la literatura? Lo digital, lo sabemos, se resume en una matriz configurada a base de ceros y unos. Los editores de imágenes digitales permiten retocarlas y modificarlas. A diferencia de lo que ocurría con el formato habitual de la imagen (papel, lienzo, etc), la imagen digital permite la interacción, el cambio. Lo digital -digamos- está a disposición del receptor, que tiene la posibilidad de reconfigurar la matriz que la codifica. Por ello dejaremos de lado aquí, al menos de momento, aquellos formatos electrónicos que no permiten la interacción del lector (páginas web, archivos PDF, etc), para dedicarnos a aquellos que consideran al lector/receptor como parte constituyente del mensaje. Estas modificaciones pueden ser de diversa naturaleza. Cualquier procesador de textos provee de herramientas para realizarlas. Pero, a diferencia de lo que ocurre con la imagen, la mayoría de dichas modificaciones (salvo las evidentes de cambio de tipo de letra, tamaño, subrayado, etc) reducirían el texto a la insignificancia. El lenguaje posee una reglas y una naturaleza distintas a las de la imagen y esto limita las potencialidades significantes de un texto. Dicho de otra manera, las modificaciones significantes de un texto están codificadas por la retórica clásica y, de hecho, son las extrapolaciones de dichas reglas (sustitución, permutación...) las que han podido extenderse con facilidad al tratamiento de la imagen gracias a las nuevas tecnologías. Podría decirse que no es la literatura la que se ha quedado atrás respecto a otras artes, sino que son el resto de artes las que han podido colocarse a su altura con el avance de las nuevas tecnologías.

De entre los medios en los que puede proliferar la literatura electrónica, sin duda es el blog uno de los que mayor potencialidad atesora. Precisamente el blog cumple dos de las normas que se impusieron con anterioridad para que pudiéramos hablar de literatura digital: la capacidad de cambio y la interactividad. A diferencia de lo que ocurre en una página web, un blog que no se actualiza va en contra de su propia naturaleza. Un blog que no permite comentarios puede pervivir, sin duda, pero renuncia a una de las potencialidades más interesantes del medio. Internet ha permitido (a través de este nuevo género que es el blog) democratizar el acceso y la publicación de una gran cantidad de contenidos literarios que de otra manera permanecerían inaccesibles a la mayoría de los lectores. Si el Renacimiento italiano supo incorporar a los ciudadanos de a pie a sus obras de arte hasta el punto de suscitar la queja del propio Pietro Aretino (hasta los sastres y los carniceros aparecen vivos en la pintura), nuestro tiempo ha permitido (perdonen la redundancia) un renacer de ese renacimiento al permitir que esos 'sastres y carniceros' dispongan de los medios artísticos para retratarse a sí mismos o para retratar el mundo que les rodea. A ello añade el blog, como ya hemos dicho, su capacidad para actualizarse en el tiempo, así como la posibilidad de que otros (bloggers o no) puedan hacer sus propios comentarios. Por todo ello, el blogger se convierte en un artista relacional (usando la terminología de Nicolas Bourriaud) y el post en una suerte de acto artístico donde lo que importa es la comunidad (de lectores y comentaristas) que genera alrededor de él, una comunidad (pequeña o grande) que mantiene un vínculo distinto al que imponen los modos de relación dictados por el mercado. Pongamos un ejemplo esclarecedor, el de los lectores del suplemento cultural de un periódico de tirada nacional, y el del blog dedicado a la crítica literaria. Quizás el primer grupo sea más numeroso, pero lo que importa reseñar aquí no es tanto el nivel cuantitativo sino el cualitativo. Mientras que el primero, de manera consciente o -casi siempre- inconsciente, transita un universo crítico mediatizado por los intereses editoriales y publicitarios, el segundo tiene la posibilidad de mantener su independencia, de modo que el único criterio que guía a sus administradores habrá de ser, en principio, el estético. Caso de que no sea así, al menos el lector tendrá la posibilidad de matizar o confrontar abiertamente la crítica a través de los comentarios. No resulta difícil augurar que el panorama, no sólo literario, sino crítico, evolucionará en los próximos años hacia posiciones cercanas a las que aquí se comentan, del monologismo actual hacia un dialogismo paulatinamente creciente.

Una de las objeciones a la blogosfera es que la proliferación de noticias en manos, digamos, de no profesionales pueda producir una falsificación de la realidad, que desaparecería bajo la hipertrofia de los simulacros. Dejemos tal preocupación a los periodistas y a los estudiosos de la metafísica, pues de lo que se está hablando aquí, hasta que no se demuestre lo contrario, es de literatura. Y en el caso particular de la literatura, lo que puede parecer alarmante a algunos críticos es que dicha proliferación de textos (de calidad literaria variable, es cierto) acabe confundiendo al lector, que terminaría por no saber distinguir, entre tal cantidad y variedad de oferta, el grano de la paja. Como desmentido a tal afirmación, bastaría la observación de un acto tan arraigado antropológicamente como el de una señora hurgando entre las ofertas de un outlet. Tras un tiempo razonable, la señora extraerá seguramente la prenda que colme sus expectativas o bien, en otro caso, pasará al siguiente montón. El tiempo de los lectores es limitado y éstos tienden finalmente, casi como una estrategia de supervivencia, a seleccionar entre la casi infinita gama de posibilidades de la blogosfera. Buscando el cobijo de la autoridad, podríamos mencionar a Boris Groys y su dualidad de lo profano y lo cultural para explicar que toda democratización, es decir, todo intento de lo real, de lo profano, de asaltar el castillo de lo cultural, acaba produciendo un efecto inverso, es decir, la asunción y la canonización de lo profano por parte de lo cultural. Ya ha pasado el tiempo suficiente desde los inicios de la blogosfera como para que podamos echar la vista atrás y reconocer algunos blogs o algunas webs literarias que ya empiezan a ser 'canónicas' y que se han hurtado, por tanto, a la indefinición caótica de los orígenes donde todos los gatos son pardos. El público lector necesita, al fin y a la postre, la vigencia de lo que Foucault llamaba 'función autorial', aquélla que permite seleccionar de entre el ruido de fondo de lo textual aquello más reseñable, es decir, la que impide una proliferación ad infinitum del sentido. Esta función autorial realiza, al fin y a la postre, el paso de lo continuo (de lo analógico) a lo discreto (lo digital). Un 'autor' no sería así, más que una imagen digital coherente de ese espacio salvaje y continuo en que consiste la literatura.

Hemos hablado hasta ahora de la pluralidad intrínseca a la escritura del blog, una pluralidad centrada en la recepción, una comunidad (la de los lectores) que puede reorientar y matizar dicha escritura con sus comentarios. Pero estoy convencido, asimismo, de que dicha pluralidad se da -al menos en un buen número de casos- en el propio escritor de blogs. Desde luego que los textos precursores de los actuales blogs serían los diarios. Al menos de esos blogs donde se desarrolla en el tiempo un discurso o una personalidad definida, 'rígida', si es que usamos la terminología deleuziana. Pero también -yo diría, más bien, sobre todo- se advierte en muchos blogs un proyecto de escritura que tendría más que ver con los hypomnémata griegos o los 'libros de la almohada' de la tradición japonesa. Se trata de una textualidad fragmentaria, hecha de anotaciones más o menos anecdóticas, con un carácter frecuentemente mnemotécnico, una corriente (la de las segmentariedades flexibles) que nunca ha sido dominante en la literatura ni en el pensamiento (salvo, quizás, en la época presocrática) y que en la actualidad parece emerger, reforzada por la sinergia de las nuevas tecnologías.

Para ir acabando, es lógico preguntarse hacia dónde nos conducirá este camino de la literatura digital, hasta qué punto modificará ya no sólo el soporte (del libro al e-book) sino el modo de escritura. Respecto a este tema creo que lo que llamamos literatura digital no es más que una componente más de la dominante cultural del tiempo que nos ha tocado vivir. No es razonable achacar a los blogs o a los medios tecnológicos la entera responsabilidad de la evolución futura de la literatura. Sí es cierto que la fragmentariedad y la liquidez (Bauman) propias del sujeto actual casan a la perfección con la velocidad de la tecnología. Un panorama futuro, para muchos probablemente dotado de tintes apocalípticos, sería el enunciado por Foucault precisamente al final de su reflexión titulada Qué es un autor:

Todos los discursos, cualquiera que sea el tratamiento que se les imponga, se desarrollarían en el anonimato del murmullo. Ya no se escucharían las preguntas tan machacadas: "¿Quién habló realmente? ¿Es él, efectivamente, y nadie más? ¿Con qué autenticidad o con qué originalidad? ¿Y qué fue lo que expresó de lo más profundo de sí mismo en su discurso?". Se escucharían otras preguntas como éstas: "Cuáles son los modos de existencia de este discurso? ¿Cuáles son los lugares reservados para posibles sujetos? ¿Quién puede cumplir estas diversas funciones de sujeto?". Y detrás de todas estas preguntas no se escucharía más que el rumor de una indiferencia: "Qué importa quién habla". (M. Foucault, 1970)

La experiencia dicta, sin embargo, que la literatura sigue a veces caminos insospechados, lejos de los lechos de Procusto bajo los cuales nos gustaría verla reposar. Hal Foster, aplicando una sentencia psicoanalítica al mundo del arte, afirma que lo latente siempre acaba regresando. Dicho de otra manera, que a su vez puede recordar a alguna vieja sentencia taoísta: el momento de algidez de un movimiento contiene a su vez el germen de su caída. La extrema rapidez de nuestros tiempos, las extremas velocidades a las que son sometidos nuestros cuerpos, nuestros sentidos y nuestras conciencias, acaban por producir, como afirma Virilio, una elipsis, una epilepsia perceptiva de la que no dan cuenta nuestros medios de comunicación. Quizás en estas ausencias que promueve la excesiva velocidad del mundo contemporáneo se encuentre el material de la literatura y del arte que viene. Acaso tendremos en el futuro que hablar de ese paisaje que resta invisible al otro lado del cristal de la ventanilla cuando uno se desplaza a trescientos kilómetros por hora, o de lo que queda de una imagen que muestra la pantalla de nuestro ordenador después de ese salto mortal que es el clic en el hipervínculo.

3 comentarios:

Héctor Castilla dijo...

Joder, pues con esta lindeza tan sutil, tan ligera, tan leve...no sé por qué no la leíste en Yecla.
Abrazos.
H.

Dirham80 dijo...

gracias por acercarnos Yecla a nuestro ordenador; en el futuro intentare confundirle mas a menudo...

Granito dijo...

Magnífica reflexión Maestro.

Seguimos leyendo...

o mejor:

Seguimos.