miércoles, 29 de julio de 2009

Gammagrafía ósea



Hoy estoy radiactivo. Literalmente. A las ocho y media de la mañana me han metido un chute de una solución de tecnecio (un elemento radiactivo) y me han mandado a beber mucho. Hasta las once y media. Luego me han tumbado (vuelta y vuelta) en un aparato que elaboraba una imagen de mi esqueleto a través de la radiación que emitía mi cuerpo (el tecnecio se pirra -literalmente- por los huesos). Me sentía una mezcla de Dr. Manhattan y de Jackson Pollock (expresionismo isotópico, podría llamarse esta nueva disciplina artística). Me han recomendado que, al menos por hoy, no me acerque ni a niños pequeños ni a mujeres embarazadas (no han dicho nada de gatitos ni de girasoles, aunque supongo que tampoco debiera tener tratos con estos seres delicados). Es difícil ser un superhéroe. Creo que me embarcaré en el primer vuelo hacia Marte.

jueves, 23 de julio de 2009

China-Madrid

Ya lo he dicho otras veces. Todos los negocios de la calle donde vivo son chinos. Mis vecinos son chinos. Compartimos un mismo patio, aunque realmente son ellos los que lo ocupan. Tienen macetas con plantas y un barreño lleno de peces. Por las noches cenan y charlan alrededor de una mesa colocada en el patio. Los chinos son seres comunales y ceremoniosos. Uno de ellos es alto y guapo, como un George Clooney de ojos rasgados. Otro salta a la comba y practica artes marciales. Los veo cuando tiendo la ropa o cuando me asomo por la ventana con el móvil pegado a la oreja, en busca de un poco más de cobertura. Los chinos siempre saludan, aunque en ese momento lancen al aire un mawuashi geri. Hay una chica nueva, quizás la mujer de uno de ellos, o de todos. Se mueve lánguidamente, lee el periódico y una especie de cántico maravilloso se cuela por la ventana abierta mientras plancho las camisetas. Viven y trabajan en esta calle porque el nombre de esta calle carece de erres. Si se dan cuenta, si giran ciento ochenta grados el mapa de Madrid, éste se parece mucho al de la India. No me extraña, por tanto, que mis vecinos sean chinos. La India y China comparten frontera. Si yo fuera hindú viviría en Jaipur. Y, por supuesto, seguiría amando a los chinos.


lunes, 20 de julio de 2009

El juego más divertido

Un relato veraniego en 54 semanas, a partir de una fotografía de Erik Molgora.

sábado, 18 de julio de 2009

Festival Cre-acción

Pego aquí el texto que preparé para el Festival Cre-acción, en Yecla, y que pretende ser una reflexión acerca de la literatura electrónica.


Blogs, literatura digital y una mínima propuesta para este milenio


Me gustaría comenzar esta charla desviándome o, más bien, centrando de otra manera el objetivo de esta misma ponencia. Se trata de marcar una linde entre dos términos que pueden parecer sinónimos pero que, a mi parecer, no lo son. Hablo de literatura electrónica y de literatura digital. Aunque ambos términos están relacionados, creo que merece la pena hacer una distinción previa. La diferencia fundamental sería la posibilidad de que el texto pueda ser intervenido y/o modificado por el receptor, es decir, el lector. Pondré un ejemplo. Un texto colgado en una página web podría catalogarse como literatura electrónica pero no como literatura digital. No pretendo ser original en esta taxonomía. En realidad me remito a ideas y conceptos de uso común en la reflexión estética, vinculadas sobre todo al ámbito de la imagen digital. La literatura digital sería por tanto, como ocurre en el blog y en el hipertexto, aquella parte de la literatura electrónica que incluye entre sus virtualidades la interrelación con el lector.

Del mismo modo que hablamos de imagen digital, creo que deberíamos aplicar idéntico término a la literatura que se propaga a través de los nuevos soportes (estos sí, electrónicos). Lo digital -una parte, al fin y al cabo, de lo electrónico- es aquello, sin embargo, que se contrapone a lo analógico. Algo que casi todo el mundo tiene claro cuando nos referimos al mundo de la imagen. ¿Pero cuál es la diferencia esencial entre ambos sistemas de representación/creación cuando nos restringimos al ámbito de la literatura? Lo digital, lo sabemos, se resume en una matriz configurada a base de ceros y unos. Los editores de imágenes digitales permiten retocarlas y modificarlas. A diferencia de lo que ocurría con el formato habitual de la imagen (papel, lienzo, etc), la imagen digital permite la interacción, el cambio. Lo digital -digamos- está a disposición del receptor, que tiene la posibilidad de reconfigurar la matriz que la codifica. Por ello dejaremos de lado aquí, al menos de momento, aquellos formatos electrónicos que no permiten la interacción del lector (páginas web, archivos PDF, etc), para dedicarnos a aquellos que consideran al lector/receptor como parte constituyente del mensaje. Estas modificaciones pueden ser de diversa naturaleza. Cualquier procesador de textos provee de herramientas para realizarlas. Pero, a diferencia de lo que ocurre con la imagen, la mayoría de dichas modificaciones (salvo las evidentes de cambio de tipo de letra, tamaño, subrayado, etc) reducirían el texto a la insignificancia. El lenguaje posee una reglas y una naturaleza distintas a las de la imagen y esto limita las potencialidades significantes de un texto. Dicho de otra manera, las modificaciones significantes de un texto están codificadas por la retórica clásica y, de hecho, son las extrapolaciones de dichas reglas (sustitución, permutación...) las que han podido extenderse con facilidad al tratamiento de la imagen gracias a las nuevas tecnologías. Podría decirse que no es la literatura la que se ha quedado atrás respecto a otras artes, sino que son el resto de artes las que han podido colocarse a su altura con el avance de las nuevas tecnologías.

De entre los medios en los que puede proliferar la literatura electrónica, sin duda es el blog uno de los que mayor potencialidad atesora. Precisamente el blog cumple dos de las normas que se impusieron con anterioridad para que pudiéramos hablar de literatura digital: la capacidad de cambio y la interactividad. A diferencia de lo que ocurre en una página web, un blog que no se actualiza va en contra de su propia naturaleza. Un blog que no permite comentarios puede pervivir, sin duda, pero renuncia a una de las potencialidades más interesantes del medio. Internet ha permitido (a través de este nuevo género que es el blog) democratizar el acceso y la publicación de una gran cantidad de contenidos literarios que de otra manera permanecerían inaccesibles a la mayoría de los lectores. Si el Renacimiento italiano supo incorporar a los ciudadanos de a pie a sus obras de arte hasta el punto de suscitar la queja del propio Pietro Aretino (hasta los sastres y los carniceros aparecen vivos en la pintura), nuestro tiempo ha permitido (perdonen la redundancia) un renacer de ese renacimiento al permitir que esos 'sastres y carniceros' dispongan de los medios artísticos para retratarse a sí mismos o para retratar el mundo que les rodea. A ello añade el blog, como ya hemos dicho, su capacidad para actualizarse en el tiempo, así como la posibilidad de que otros (bloggers o no) puedan hacer sus propios comentarios. Por todo ello, el blogger se convierte en un artista relacional (usando la terminología de Nicolas Bourriaud) y el post en una suerte de acto artístico donde lo que importa es la comunidad (de lectores y comentaristas) que genera alrededor de él, una comunidad (pequeña o grande) que mantiene un vínculo distinto al que imponen los modos de relación dictados por el mercado. Pongamos un ejemplo esclarecedor, el de los lectores del suplemento cultural de un periódico de tirada nacional, y el del blog dedicado a la crítica literaria. Quizás el primer grupo sea más numeroso, pero lo que importa reseñar aquí no es tanto el nivel cuantitativo sino el cualitativo. Mientras que el primero, de manera consciente o -casi siempre- inconsciente, transita un universo crítico mediatizado por los intereses editoriales y publicitarios, el segundo tiene la posibilidad de mantener su independencia, de modo que el único criterio que guía a sus administradores habrá de ser, en principio, el estético. Caso de que no sea así, al menos el lector tendrá la posibilidad de matizar o confrontar abiertamente la crítica a través de los comentarios. No resulta difícil augurar que el panorama, no sólo literario, sino crítico, evolucionará en los próximos años hacia posiciones cercanas a las que aquí se comentan, del monologismo actual hacia un dialogismo paulatinamente creciente.

Una de las objeciones a la blogosfera es que la proliferación de noticias en manos, digamos, de no profesionales pueda producir una falsificación de la realidad, que desaparecería bajo la hipertrofia de los simulacros. Dejemos tal preocupación a los periodistas y a los estudiosos de la metafísica, pues de lo que se está hablando aquí, hasta que no se demuestre lo contrario, es de literatura. Y en el caso particular de la literatura, lo que puede parecer alarmante a algunos críticos es que dicha proliferación de textos (de calidad literaria variable, es cierto) acabe confundiendo al lector, que terminaría por no saber distinguir, entre tal cantidad y variedad de oferta, el grano de la paja. Como desmentido a tal afirmación, bastaría la observación de un acto tan arraigado antropológicamente como el de una señora hurgando entre las ofertas de un outlet. Tras un tiempo razonable, la señora extraerá seguramente la prenda que colme sus expectativas o bien, en otro caso, pasará al siguiente montón. El tiempo de los lectores es limitado y éstos tienden finalmente, casi como una estrategia de supervivencia, a seleccionar entre la casi infinita gama de posibilidades de la blogosfera. Buscando el cobijo de la autoridad, podríamos mencionar a Boris Groys y su dualidad de lo profano y lo cultural para explicar que toda democratización, es decir, todo intento de lo real, de lo profano, de asaltar el castillo de lo cultural, acaba produciendo un efecto inverso, es decir, la asunción y la canonización de lo profano por parte de lo cultural. Ya ha pasado el tiempo suficiente desde los inicios de la blogosfera como para que podamos echar la vista atrás y reconocer algunos blogs o algunas webs literarias que ya empiezan a ser 'canónicas' y que se han hurtado, por tanto, a la indefinición caótica de los orígenes donde todos los gatos son pardos. El público lector necesita, al fin y a la postre, la vigencia de lo que Foucault llamaba 'función autorial', aquélla que permite seleccionar de entre el ruido de fondo de lo textual aquello más reseñable, es decir, la que impide una proliferación ad infinitum del sentido. Esta función autorial realiza, al fin y a la postre, el paso de lo continuo (de lo analógico) a lo discreto (lo digital). Un 'autor' no sería así, más que una imagen digital coherente de ese espacio salvaje y continuo en que consiste la literatura.

Hemos hablado hasta ahora de la pluralidad intrínseca a la escritura del blog, una pluralidad centrada en la recepción, una comunidad (la de los lectores) que puede reorientar y matizar dicha escritura con sus comentarios. Pero estoy convencido, asimismo, de que dicha pluralidad se da -al menos en un buen número de casos- en el propio escritor de blogs. Desde luego que los textos precursores de los actuales blogs serían los diarios. Al menos de esos blogs donde se desarrolla en el tiempo un discurso o una personalidad definida, 'rígida', si es que usamos la terminología deleuziana. Pero también -yo diría, más bien, sobre todo- se advierte en muchos blogs un proyecto de escritura que tendría más que ver con los hypomnémata griegos o los 'libros de la almohada' de la tradición japonesa. Se trata de una textualidad fragmentaria, hecha de anotaciones más o menos anecdóticas, con un carácter frecuentemente mnemotécnico, una corriente (la de las segmentariedades flexibles) que nunca ha sido dominante en la literatura ni en el pensamiento (salvo, quizás, en la época presocrática) y que en la actualidad parece emerger, reforzada por la sinergia de las nuevas tecnologías.

Para ir acabando, es lógico preguntarse hacia dónde nos conducirá este camino de la literatura digital, hasta qué punto modificará ya no sólo el soporte (del libro al e-book) sino el modo de escritura. Respecto a este tema creo que lo que llamamos literatura digital no es más que una componente más de la dominante cultural del tiempo que nos ha tocado vivir. No es razonable achacar a los blogs o a los medios tecnológicos la entera responsabilidad de la evolución futura de la literatura. Sí es cierto que la fragmentariedad y la liquidez (Bauman) propias del sujeto actual casan a la perfección con la velocidad de la tecnología. Un panorama futuro, para muchos probablemente dotado de tintes apocalípticos, sería el enunciado por Foucault precisamente al final de su reflexión titulada Qué es un autor:

Todos los discursos, cualquiera que sea el tratamiento que se les imponga, se desarrollarían en el anonimato del murmullo. Ya no se escucharían las preguntas tan machacadas: "¿Quién habló realmente? ¿Es él, efectivamente, y nadie más? ¿Con qué autenticidad o con qué originalidad? ¿Y qué fue lo que expresó de lo más profundo de sí mismo en su discurso?". Se escucharían otras preguntas como éstas: "Cuáles son los modos de existencia de este discurso? ¿Cuáles son los lugares reservados para posibles sujetos? ¿Quién puede cumplir estas diversas funciones de sujeto?". Y detrás de todas estas preguntas no se escucharía más que el rumor de una indiferencia: "Qué importa quién habla". (M. Foucault, 1970)

La experiencia dicta, sin embargo, que la literatura sigue a veces caminos insospechados, lejos de los lechos de Procusto bajo los cuales nos gustaría verla reposar. Hal Foster, aplicando una sentencia psicoanalítica al mundo del arte, afirma que lo latente siempre acaba regresando. Dicho de otra manera, que a su vez puede recordar a alguna vieja sentencia taoísta: el momento de algidez de un movimiento contiene a su vez el germen de su caída. La extrema rapidez de nuestros tiempos, las extremas velocidades a las que son sometidos nuestros cuerpos, nuestros sentidos y nuestras conciencias, acaban por producir, como afirma Virilio, una elipsis, una epilepsia perceptiva de la que no dan cuenta nuestros medios de comunicación. Quizás en estas ausencias que promueve la excesiva velocidad del mundo contemporáneo se encuentre el material de la literatura y del arte que viene. Acaso tendremos en el futuro que hablar de ese paisaje que resta invisible al otro lado del cristal de la ventanilla cuando uno se desplaza a trescientos kilómetros por hora, o de lo que queda de una imagen que muestra la pantalla de nuestro ordenador después de ese salto mortal que es el clic en el hipervínculo.

jueves, 16 de julio de 2009

Goudy old style

He cambiado de tipo de letra en mi procesador de textos. Pasé de la sobriedad espartana de la Times New Roman a la curvatura naïf de la Goudy Old Style. Es estupendo. Creo que el cambio de letra puede afectar a la propia literatura. Me está pasando. Posiblemente dentro de un tiempo sólo escriba en los cuadernillos Rubio, imitando la caligafía preciosista e infantil de los orígenes. Creo que sólo los niños pueden escribir bien. Esto me recuerda la historia de El discurso vacío, de Mario Levrero. Lean ese libro. Y cuiden su caligrafía.

martes, 14 de julio de 2009

Leibniz y la caracola

En la playa me quedo observando las toallas de los bañistas. Pero no en su diseño, ni en el estampado. Espero (tumbado en la mía) a que se levanten para fijarme en las concavidades que el peso de su cuerpo (su ausencia) ha dejado sobre ellas. Cada una de estas superficies curvadas (superficies diferenciales, en términos matemáticos) se corresponde con un modo particular de la ausencia. Mientras ellos disfrutan de su baño (yo lo hice hace tan sólo unos minutos) pienso en el vacío que sus cuerpos dibujan sobre ese pedazo de tela. Docenas de funciones de r2 en r3 a mi alrededor. Hasta que de repente un niño regordete sale del agua con algo en la mano. Un objeto que deposita sobre su toalla, justo al lado de la mía. Una caracola que acaba adornando el entrecejo del pequeño Simba que exhibe una sonrisa perenne bajo el sol castigador de este mediodía. De pie contempla su obra unos instantes. Luego la vuelve a tomar para devolverla al mar. Mientras tanto, yo pienso en esa pequeña modificación de la curvatura. En esa nueva y minúscula ausencia. Y en la necesidad de los infinitesimales en las matemáticas.

jueves, 9 de julio de 2009

Reliquias y telediarios

Siempre me interesó la reconversión o metamorfosis de estructuras simbólicas y antropológicas del pasado, que casi todos piensan desaparecidas para siempre, y que sin embargo perviven camufladas en nuestra contemporaneidad. Pienso en las reliquias de los santos, en los trozos de madera de la cruz donde murió Jesucristo. Si juntáramos los supuestos fragmentos conservados de la cruz, probablemente pudiésemos construir con ellos al menos una docena de cruces. Otra vez la ficción como hipertrofia de la realidad. Lo real deja de importar, convertido en una insignificante excusa para que se desarrolle el terreno de lo ficticio. Algo que tiene que ver de alguna manera con la proliferación exponencial de la información a partir de ciertos sucesos y que, según Baudrillard, conduciría a la desaparición de 'lo real'. Volviendo al asunto de las reliquias, yo enfocaría el asunto de una manera distinta a la del sociólogo francés. Creo que dicha proliferación de la información tiene que ver más con dotar de una cierta aura al acontecimiento que con el solapamiento de lo que hay tras él. La distancia temporal y crítica por parte del periodista a la hora de tratar el suceso, tan recomendable la mayoría de las veces, desaparece ante la avalancha informativa en 'tiempo real' posterior al acontecimiento que merece tal tratamiento mediático. Estoy convencido de que persiste una pulsión religiosa -y de alguna manera artística- tras dicho tratamiento. Y esa pulsión se materializaría en un doble sentido. Por un lado, dotando de 'aura' (mediática) a un asunto que puede ser en realidad intrascendente (¿regresará la Pantoja con Julián Muñoz?), por otro, creando la comunidad de los fieles, la ekklesía, los que hablarán y propagarán orbi et orbe la buena o mala nueva. Los rituales periodísticos y religiosos, qué duda cabe, se tocan.

jueves, 2 de julio de 2009

Antología del beso


Éste es uno de los poemas que podéis encontar en la Antología del beso, un libro coordinado y prologado por el poeta Julio César Jiménez:

El grillo

Siempre he detestado los poemas que hablaban de París y Roma
y de toda esa belleza acomodada tras la vitrina de un Museo y
en general los poemas donde el poeta habla del viaje
No soporto que me hablen de los viajes
el viaje es la épica y para eso están Homero y Cervantes
Por eso pido disculpas, porque ahora estoy en Cerdeña
en la Costa Esmeralda, en un promontorio
de Porto Petrosu, en la terraza de un aparthotel
y la vista es realmente hermosa y dan unas ganas tremendas de
explayarse sobre las glicinas y el pequeño alcornoque
y nuestra salamanquesa agazapada en la esquina del techo
y el sonido de la ducha, del agua rompiendo contra tu cuerpo
dócil como la arena
hasta que se escucha ese ruido, primero débil, cada vez
más fuerte, el estridular de ese grillo, un sonido tan frágil
y sin embargo capaz de demoler
todo este silencio
y en la enorme responsabilidad de adelantarse al resto
quizás todavía adormecidos por el calor o embriagados
por la quietud de la tarde, de saberse el primero
en romper esta apariencia de equilibrio, este espejismo
que algunos confunden con la belleza
(atisbo al otro lado del cristal tu cuerpo cubierto tan sólo
con la toalla del hotel, listo para la crema hidratante)
El deseo, una vez más
deshaciendo el poema