martes, 2 de junio de 2009

Quod erat demostrandum II

-Miente, dijo el comisario.

-¿Y cómo puede estar tan seguro?

-Mira, Lucas, la realidad es una sustancia plástica, deformable hasta el infinito. Un buen interrogador siempre es capaz de descubrir cuándo miente un testigo. Por mucha imaginación que tenga, llega un momento en el que se descubre el pastel. Sólo es necesario dejarlo hablar, que desgrane la trama del relato, mientras asentimos en silencio. Luego debemos indagar acerca de los detalles. Algo de lo que el interrogado también, quizás, salga airoso. Si ocurre esto, entonces debemos acudir a los detalles más nimios. Quiero decir olores, colores, impresiones subjetivas, el grano fino de la realidad, aquello que sólo es accesible a través de una lente potente. Pueden excusarse, quizás, en el olvido, en la falta de atención en un momento como aquél. Por ahí empezarán a desmoronarse. La realidad posee un carácter continuo. Cada instante puede ampliarse. La ficción, sin embargo, es discreta, discontinua. Por mucha literatura que usen los escritores, por muchas bibliotecas que construyamos para contener sus libros, jamás podrán agotar la realidad de un sólo instante. El falso testigo narra, Lucas. La verdad acontece.

-Eso me recuerda a la paradoja de Zenón. A la razón le resulta imposible demostrar que Aquiles acabe atrapando a la tortuga. Y sin embargo ocurre.

-Exactamente, Lucas. Lo cual sólo confirma que la razón miente.

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