lunes, 16 de febrero de 2009

Quod erat demostrandum

Sean A y B dos móviles, distantes entre sí algo, el equivalente a doce pianos de cola, por ejemplo. A y B serían idénticos si uno no se llamase A y otro B. A y B son sólo un paradigma del principio de no contradicción. Si A, entonces no B, y viceversa. Ya me entienden. A A le gustaría dejar de ser A. A no sabe que a B le ocurre lo mismo. En un momento dado, ambos móviles salen en direcciones opuestas. Su destino, eso no está muy claro todavía, quizá sea el de encontrarse. Algo sospechan. Por eso se pusieron en movimiento. A y B son observados por una cantidad indeterminada de gente (éste será un problema con público). A y B cumplen una función sociológica. Con esto quiere decirse que hay quien apuesta por A y hay quien lo hace por B. El motivo de la apuesta no está muy claro, ya que entre A y B no se ha establecido ningún tipo de competición (ninguna evidente, al menos). Pero eso no importa. Yo voy con A. Tú vas con B. No me preguntes por qué. Algo que ayuda a mantener el orden social. El equilibrio, digamos. A A y a B les separan tan sólo seis -acaso siete- pianos de cola. A, a su pesar, se siente cada vez más A. Algo que también le ocurre a B. El público no comprendería que A dejara de ser A para convertirse en otra cosa, ni siquiera en algo tan bonito como una alondra. De B opinan otro tanto. A y B no pueden decepcionarlos. Siguen su camino. Si rectificaran sus trayectorias pasarían el uno junto al otro, de largo, a la distancia suficiente para saludarse como quien se obliga a un compromiso. Pero no se deciden. Las reglas del problema son estrictas. Ya sólo hay un piano de cola entre ellos, entre A y B, a punto ya de configurar, si no una palabra, al menos un prefijo: AB, algo que sirva para las abscisas, para absolver, la partícula necesaria para lograr el absoluto. Ya están a punto de rozar sus narices. Casi. Hasta que ocurre. El momento esperado. La solución al problema. Chocan. Se produce el estallido. Las palmas de las manos del público ni siquiera tienen tiempo de caer la una sobre la otra para prorrumpir en un aplauso. La explosión extiende súbitamente sus llamas. Todo queda calcinado. En un instante. Sólo queda ceniza.

Quod erat demostrandum.

3 comentarios:

Antonio Aguilar dijo...

Impresionante. Pero hay otros finales. Leo Leonni, por ejemplo, El pequeño azul y pequeño amarillo.

Anónimo dijo...

¿Cómo es lo de Leonni? Me dejas intrigado. Háblame de ese final.

Granito dijo...

QED, hubo una serie llamada así en mi tele (así lo decía una amiga mia en esa época, "en mi tele vi ayer...) hace muchos años, seguro que era muy mala pero yo era un niño (aún lo soy, quizá azul, quizá amarillo, siempre verde) y me encantaba.
QED, que bueno, con un final u otro. QED, que bueno.